dissabte, 19 de març del 2011

Emiratos Árabes (5)

Viaje al desierto

Foto: Museo Nacional de Al-Ain

Dicen las guías que no hay hoteles baratos en Al-Ain, ese enclave misterioso en medio del desierto, justo al lado de la frontera con Omán. Me parecía imposible que no hubiese ni siquiera un hostal de “malamuerte” asequible para economías más modestas que la de los emiratis. Me equivoqué. Nada más llegar todo el mundo a quien pregunté me aseguró que no había hoteles baratos, y aunque busqué, no conseguí encontrar ninguno. La única opción, un hotel de tres estrellas, el más económico, por 70 euros la noche. Que le vamos a hacer, en algún lugar había que dormir…


Me acomodé en mi preciosa habitación y salí a descubrir la ciudad. A pesar de su remota y aislada ubicación, posee dos museos fascinantes: El Museo Nacional de Al-Ain, el primero que se hizo en los Emiratos, seguramente proqué allí nació el padre de la unidad de los nueve emiratos que forman hoy el país, el Jeque Zayed Bin Sultan Al Nahyan. El segundo, el mejor de todo el país, según mi guía, es el palacio en donde nació Zayed, convertido en museo en el 2001. Y tampoco debe dejarse de ver el Fuerte Jahili, otra maravilla arquitectónica del desierto.





Tomé un taxi y me planté delante del fuerte, para descubrir que estaba cerrado. Caminé hacia el Palacio bajo un tórrido sol, y allí me confirmaron que los lunes todo está cerrado. No podía creerlo. Sin más opción, me dispuse a atravesar el gran oasis que se haya en medio de la ciudad. Tal como decía la guía, es el mejor lugar para pasear en las horas de más calor. El palmeral que originó el nacimiento de esta ciudad mantiene una temperatura fresca y agradable, y es una experiencia que no debe omitirse.

Al otro lado del oasis se haya el Museo Nacional. Obviamente estaba cerrado. Me acerqué hasta la verja para confirmar los horarios. Detrás había tres policías muy simpáticos, que me invitaron a entrar y tomar un café. Uno de ellos era de Kenia, el otro de Marruecos y el tercero de Egipto. Este último hablaba perfectamente italiano, y como, según decía, hacía mucho que no lo practicaba, le encantó poder hablar conmigo.



Ahí sentado, en la garita de entrada del museo más importante de los emiratos, me pasé un buen rato, bebiendo y conversando con el equipo de seguridad. Al día siguiente, cuando regresé, entonces sí, para ver el interior, fue como volver a casa. Después de comer tomé un taxi hasta la frontera, y al otro lado, un bus hacia Muscat, la capital de Omán.


Para aquellos que visiten Al-Ain una recomendación. Dejarse caer al anochecer por Khalifa Bin Zayed. Es una calle llena de buenos restaurantes, y tiendas, a donde acuden los emiratis tan pronto como cae el sol. De golpe, la calle se llena de 4x4, blancos y con los cristales ahumados. Los emiratis, que en esta ciudad son un buen número, comparado con otras zonas del país, bajan de sus lujosos coches con sus blancas túnicas y sus elaborados turbantes. Recorren las calles con un caminar altivo y elegante y aprovecha el frescor de la noche para hacer sus compras y cenar en la zona.


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