divendres, 10 de setembre del 1999

Togo i Benin 1999

Descubriendo África

Los meses de julio y agosto de 1999 los pasé en Togo y Benín, dos pequeños paises del África Subsahariana. El primer mes lo hice en compañía de otros nueve catalanes, participando en un Campo de Solidaridad de Setem. Era mi segundo proyecto con Setem, después de Bolivia en 1994. Pero fue una experiencia totalmente distina.

Nos pasamos tres semanas en Potzi, un pequeño poblado del interior, sin luz, sin agua corriente, durmiendo en el suelo, potabilizando el agua que sacábamos del pozo cada día, usando unas letrinas …, y duchándonos al aire libre, detrás de la casa, mirando a la selva que nos rodeaba. Todas las mañanas nos levantábamos a eso de las seis, desayunábamos, pan con mayonesa y leche en polvo con algo que parecía cacao, cargábamos con todos los arbolitos que podíamos y nos poníamos a caminar. Después de cuatro o cinco kilómetros llegábamos al lugar en donde se materializaba nuestro proyecto de reforestación. Limpiar y arrancar las malas hierbas, escavar y plantar… Entre el calor, el trabajo agotador y la excasa comida perdí diez kilos, pero fue una experiencia inolvidable que volvería repetir.

Lo mejor del campo fue la posibilidad de convivir con una comunidad africana, compartir tantos y tantos momentos, que nos ayudaron a todos a conocernos mejor y entender un poco África. Un mónton de amigos y un montón de anécdotas.

Finalizado el proyecto, volvimos a Lomé, la capital. El grupo volvió a Barcelona, pero yo me quedé en Togo. Desde allí empezé un viaje alucinante recorriendo todo el país, primero de sur a norte, hasta la frontera con Burkina Faso, y después de norte a sur, regresando a Lomé, y desde donde saldría hacía Benin, el país vecino, que también tendría tiempo de visitar al completo.



Togo

Lome, Kpalimé, Atakpame, Fazao, Sokode, Kara, Niamtougou, Kande, Naboulgou, PN de la Kéran, Sansanné-Mango, Dapaong, Kpalimé, Tutu, Lome…






Benin

Ouidah, Cotonu, Bopa, Ganvie, Porto Novo, Cotomei, Parakou, Jered, PN, Djou ayen, Natintingou, Dassa, Abomey, Cotonou, Gran Popo

El viaje a Cotonu es toda una aventura, no paramos de recoger gente por el camino, y vamos apretándonos y desapretándonos. Uno de mis acompañantes accidentales ha abierto la ventana y ha comprado un pato vivo, que claro, ha colocado encima nuestro. Ningún problema! (Akuna matata) (…)

A pesar de ser una gran ciudad, la mayoría de las calles están sin asfaltar, y es como si caminases por la playa, pues todo es arena de playa. La Catedral es preciosa y está llena de gente. La atmósfera es tan agradable que me quedaría a vivir aquí. (…) El mercado de Dantokpan es inmenso e increiblemente interesante. Me sorprende, a más del mercado del fetiche, las paradas que venden botellas, latas y cajas vacías, todos aquellos productos que nosotros tiramos, pero ellos reutilizan…

En Cotonu, y después de más de una hora esperando a que se llenara, tomaré un taxi colectivo hasta Comé, y allí otro hasta Bopa. Este último trayecto será el más duro, aunque también el más divertido. Para empezar, a la salida de Comé tuvimos que empujar el taxi, que no quería arrancar. Ya no recuerdo cuanto llebávamos en ruta, apretados como borregos, y llenos de polvo del camino sin asflatar por el que íbamos, cuando de golpe el taxi se detiene en un descampado, en medio de la nada, y me pide que me baje. El taxista me explica que por aquel lugar pasará otro taxi que me llevará hasta mi destino. Nadie me había dicho nada antes, y no me queda más remedio que fiarme. Y allí me quedo, solo. Al cabo de una hora llega un taxi. Queda un espacio para mí. La mochila tengo que colocarla encima de dos sacos de pescado salado que me la dejan bien impregnada de olor de mar.

Este tercer vehículo del día sigue la tónica de los anteriores, viejo y destartelado. El camino, sin asfaltar, se pone cada vez más difícil, hasta que entramos en un pequeño poblado de casas de adobe, sin puertas ni ventanas, para dejar a unas de las pasajeras. Finalmente llegaremos a Bopa, el fin del mundo. La carretera no va más allá, muere a la orilla de un gran lago. Desciendo, tomo mi mochila y me acerco a un grupo de personas que me miran con cara de sorpresa. Les pregunto por Cotomei, mi destino último. Nadie parece conocerlo. Se me dibuja una sonrisita en la cara. ¿Dónde demonios estoy?. No me rindo y sigo preguntando. ¿Hann visto por aquí un grupo de blancos como yo?. Un joven se me acerca y me dice que hay unos, pero en otro poblado. Tiene que ser ellos, pienso. Se ofrece a llevarme en moto. Me subo en la moto con él, y la mochila a la espalda.

Por un caminito, si se puede llamar así, estrecho, lleno de baches y enfangado hacemos un viaje hasta el neolítico. Cuando me bajo de la moto no puedo creer lo que veo. Unas construcciones de adobe y nada más. Unas mujeres con las caras marcadas y semidesnudas. Una muchacha me explica, como puede, que los otros blancos estan en otro poblado. Se ofrece para acompañarme, esta vez a pie. Después de un rato caminando diviso a lo lejos una gran concentración humana. Un montón de gente se agolpa alrededor de unos extraños pesonajes que salidos de una película de budú saltan y bailan de manera delirante. Entre el grupo diviso algunas personas blancas. Siento alivio (...).

Después de unos días con ellos volvería a Cotonu desde donde emprendería, otra vez solo, un largo viaje recorriendo todo el país, primero de sur a norte, por la única via transitable, hasta la frontera con Niger y Burkina Faso, y después de norte a sur por la carretera de la selva, una aventura propia de las películas de Tarzán.

- Je prend la pomme et je la jette dans le panier
- Je voi le ver et je l’ecrase
- Je prend l’escargo, je l’avale et je le jette
- Sa me pique, sa me pique… me pica me pica me pica…
- Ja prend l’ampoule je la tourne, je la tourne…