Kirguizistán
“Me encuentro sentado frente del lago Issyk Kul, en un banco de madera al lado de la yurta en donde he pasado la noche. La vista es espectacular. El lago, por cuya orilla circularon una vez las caravanas que recorrían la llamada ruta de la seda, es como un gran espejo en el que se refleja un cielo azul intenso, con cuatro nubes dispersas. Y al fondo, las nevadas cumbres del Küngöy Alatoo, la cadena montañosa al norte del Tien-Shan, las montañas celestiales, que cubren casi el 80% del país para perderse después en el vecino Kazakhstan.”
Issyk Kul, a 1.600 metros de altitud, ocupa más de 6.000 m2 y es el
segundo lago de montaña más grande del mundo, después del
Titicaca. Con sus más de 150 km de largo por casi 60 de ancho y con
una profundidad media de más de 600 metros, parece un mar interior
de agua salada.
Curioso, cuando se dice que Kirguizistán es el país más aislado y
alejado del mar. Un país pequeño, ni la mitad de grande que España,
pero el tercero con mayor altitud media del mundo, solo superado por
Bután, Nepal y Tayikistán. El 94% del territorio de Kirguizistán
se encuentra por encima de los 1000 metros sobre el nivel del mar, y
la elevación media es de 2.750 m. Sin duda, su geografía y su clima
extremo, han marcado la idiosincrasia de un pueblo nómada, fuerte y
sorprendentemente hospitalario.
Bishkek
La capital de Kirguizistan, el país de los Kirguizos, es mi puerta
de entrada a esta ex república soviética, que, como sus vecinos,
alcanzó la independencia en 1991. La larga influencia rusa queda
patente desde el primer momento en el estilo de sus edificios
oficiales y en los toscos bloques residenciales. Y como no, en
algunas de las estatuas que decoran la ciudad, como la de Lenin, en
el centro histórico. Pero esta ya no ocupa un lugar central. Ahora,
la que destaca por encima de todas es la de Manás, el héroe épico
que unió las 40 tribus nómadas.
En esta ciudad es de obligada visita el Gran Bazar, en dónde se
respira el alma de estas gentes y en dónde pueden probarse algunas
de las especialidades del país, como el kumis, la bebida tradicional
hecha con leche de yegua fermentada… Mejor ir acostumbrándose a su
especial sabor si uno desea acercarse a saludar a alguna de las
familias de pastores que pueblan las montañas durante los meses de
verano. Para ellos es un manjar y lo primero que te ofrecerán.
Naturaleza en estado puro
Si algo caracteriza a Kirguizistán es su Naturaleza. Es tierra de
glaciares, de caudalosos ríos, lagos, infinitas praderas llenas de
flores alpinas y colosos de roca con cumbres eternamente nevadas. Eso
es lo que encontrará el viajero que se adentre en este fascinante
país por el que transcurrió durante siglos la famosa Ruta de la Seda. Una imagen, sin duda, muy diferente de la que encontrará
después, si sigue esa ruta hacia el vecino Uzbekistán.
Siguiendo el curso del río “Chiu”, que delimita la larga
frontera con el vecino Kazakhastan, al norte, salpicada de torretas
de vigilancia de los militares kazhajos, no tarda en asomar Issyk
Kul. Las orillas de este lago están llenas de lugares interesantes
en los que detenerse, como Cholpon Ata, una pequeña localidad en
dónde se encuentra el Museo de los Petroglifos, algunos de los
cuales datan del S. VIII a.C. Un buen lugar para probar una deliciosa
trucha del lago y darse un refrescante baño.
Al este se encuentra la ciudad de Karakol, de marcada influencia
soviética y que debe su nombre a un gran explorador ruso. La
Mezquita de Dungana, construida por los “Dunganos” tras su huida
de China a finales del XIX, o la iglesia de Denko, convertida en
escuela y gimnasio durante la revolución rusa, son algunos de sus
monumentos más representativos.
Desde esta ciudad, rodeada de montañas de casi 5.000 metros de
altitud, pueden realizarse varias excursiones por paisajes alpinos
que muy bien pudieran recordar nuestra vecina Suiza.
En busca de los mejores pastos
Los kirguizos han sido siempre un pueblo nómada, y siguen siéndolo
hoy, a pesar del esfuerzo soviético por sedentarizarlos. Una gran
parte de la población kirguiza sigue viviendo del campo y la
ganadería. Cada año, cuando el invierno se despide y llega la
primavera, centenares de familias dejan sus pueblos para subir a las
montañas con sus caballos, cabras, ovejas, vacas y yaks, en busca de
los mejores pastos. Allí pasaran todo el verano, antes de que el
frío invierno los haga volver a casa.
Durante el verano, pues, plantarán sus tiendas, la famosas yurtas,
en los frondosos pastos de lugares tan sobrecogedores como el lago
Song Kol, Tash Rabat o la falda del Pico Lenin. Una oportunidad única
para acercarse a estos lugares que, por encima de los 2.000 metros
son inhóspitos e inaccesibles con la caída de las primeras nieves.
Las yurtas montadas por algunas de estas famílias y por
organizaciones como el CBT “Community Base Tourist”, que busca
que los beneficios del turismo que empieza a llegar al país
repercutan en la población local, permiten a los turistas disfrutar
de una experiencia única e inolvidable. Alojados en medio de parajes
de ensueño, y disfrutando de la deliciosa comida local, se puede
experimentar de cerca la vida de estos pueblos nómadas. Y pueden
imaginarse, un poco, las penúrias por las que tuvieron que pasar
aquellos que se atrevieron a cubrir, durante siglos, las transitadas
rutas de la seda, expuestos a los peligros de una complicada
orografía, un clima extremo, e incluso a los ataques de los
bandidos.
Marmota
Mercados en el sur de Kirguistán
Caravanseray del S. X en Sary Tash
Mercado en Karakol
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