Al Oeste de Tahití
Iles Sous-le-vent
La publicidad turística habla de Tahiti y sus islas, pero Tahití es una más de las islas que forman la Polinesia Francesa, y curiosamente la que menos se parece al paraíso que todos tenemos en nuestra mente. Para encontrar esas imágenes idílicas hay que visitar las otras islas, que, como muy bien señalan sus habitantes, no son de Tahití ...
Huahine
La isla que engendra las mujeres
El perfil de una mujer mirando hacia sus
pechos y vientre preñado, que se dibuja en una de sus montañas, da nombre a
esta isla. Un paraíso, a 177
km de Tahití, en el que el tiempo parece haberse
detenido. La vida transcurre tranquila, sin prisas. Sus casi 6.000 habitantes,
repartidos en 8 pequeñas poblaciones parecen conocerse todos. La gente es
encantadora. Todo el mundo se saluda y les encanta conversar con los pocos
turistas que se acercan a esta isla, que carece de las infraestructuras
hoteleras de Moorea o Bora Bora.
Se trata, en realidad, de dos islas, Huahini
Nui (la grande), y Huahine iti (la pequeña), unidas por un puente sobre un
canal que conecta dos bahías. Una carretera sigue toda la costa, y puede
recorrerse perfectamente en moto o bicicleta en un día. Pedaleando
tranquilamente y sin prisas fui deteniéndome en todos aquellos lugares de
interés:, las maraes (altares sagrados), los centros de producción de perlas,
los campos de vainilla, o las anguilas sagradas de ojos azules. Por no hablar
de sus increíbles playas, en las que vale la pena darse un baño para
refrescarse de tanto en tanto.
Anguilas de ojos azules
Vainilla
Raiatea y Tahaa
Raiatea, la segunda isla más grande del
archipiélago de las Sociedad, después de Tahití, no es destino habitual de los
turistas. La ausencia de playas puede ser una razón. Los comentarios que había
oído antes de visitarla eran tan poco alentadores, que cuando empecé a
recorrerla, esta vez con un coche de alquiler, no dejé de asombrarme de su
extraordinaria belleza. Su exuberante vegetación, sus montañas, el único río
navegable de la Polinesia, sus restos arqueológicos… Y Uturoa, a pesar de ser la
capital de las islas del oeste, es un pueblecito, que no ha perdido el aire
tranquilo propio de la Polinesia.
Puerto de Uturoa
Transporte escolar
Y a solo 3 km de su vecina Tahaa, “la isla vainilla”, de
67km de diámetro, rodeada por algunos de los islotes más espectaculares de la
Polinesia. Ahí tuve una de las experiencias de buceo más impresionantes de mi
vida. Nadar tranquilamente en unas aguas absolutamente transparentes rodeado
por miles de peces de todos los colores.
Maupiti
Sin ningún tipo de duda, Maupiti es la isla
más bonita de las Islas Sociedad. El hundimiento de un volcán dio origen a esta
maravilla de la naturaleza, de apenas 10 quilómetros cuadrados, rodeada por
unos grandes islotes que la abrazan y comparten con ella un lago de aguas
turquesas.
Aeropuerto de Maupiti
Sus 1.200 habitantes no han dejado construir
hoteles. Solo existen pequeñas residencias familiares y algunas cabañas muy
básicas en los islotes. Sus gentes viven tranquilas y no se alteran ni con los pocos turistas que llegan, a los
que no les queda más remedio que adaptarse al ritmo de sus habitantes. Son
cultivadores de Tiaré, la flor por antonomasia de la Polinesia. Y los sábados
por la noche se suben a sus lanchas, se acercan a los “motus”, y pescan para
toda la semana.
Con una carretera de 9km que rodea toda la isla, esta vez me ahorré la moto, el coche o la bicicleta y la recorrí a pie. A ambos lados de esta única vía de comunicación terrestre viven todos sus vecinos, en pequeñas casas rodeadas de jardines tan bellos, que uno creería que compiten entre ellos. Y al lado de casi cada casa no falta un árbol de pan, un fruto enorme con el que, se dice, se alimenta toda una familia. Y mangos, plátanos, papayas y tapioca. Aunque no tuvieran un franco, nadie puede morirse de hambre en esta maravilla de isla.
Con una carretera de 9km que rodea toda la isla, esta vez me ahorré la moto, el coche o la bicicleta y la recorrí a pie. A ambos lados de esta única vía de comunicación terrestre viven todos sus vecinos, en pequeñas casas rodeadas de jardines tan bellos, que uno creería que compiten entre ellos. Y al lado de casi cada casa no falta un árbol de pan, un fruto enorme con el que, se dice, se alimenta toda una familia. Y mangos, plátanos, papayas y tapioca. Aunque no tuvieran un franco, nadie puede morirse de hambre en esta maravilla de isla.
Un día, por ejemplo, deambulando por un de sus
“motus”, muerto de sed y sin ganas de regresar a la isla a por agua, me
encontré un hombre sentado en un banco. Me acerqué y le pedí si podía abrirme
un coco – los islotes están llenos de cocoteros – a lo cual accedió muy
amablemente. Me abrió dos, y después de beberme el agua, me partió por la mitad
el que estaba más verde y me fabricó una cuchara para que pudiera comérmelo.
Bora Bora
El lujo que se paga caro
A unos 250 km de Tahití se encuentra la que muchos llaman
“La Perla del Pacífico”. No negaré que es bella, y más cuando uno empieza a
recorrerla en bicicleta y se detiene a charlar con sus habitantes, siempre
dispuestos a conversar. O cuando se sube a una lancha y se acerca a los islotes
que la rodean y que flotan en unas aguas impresionantemente pristinas,
transparentes primero y color curaçao después.
Pero el exceso de hoteles marca una diferencia
notable con las otras islas, afectando inevitablemente el paisaje. Aquí hay
muchos más turistas. Es más difícil el contacto casual con los lugareños. Y lo
peor de todo, los precios son exorbitantes. Los no más de 25 euros que se
acostumbra a pagar por un alojamiento sencillo (para mochileros) en cualquiera de las otras
islas, aquí supera fácilmente los 60 euros. Y sin desayuno, ni Wiffi, ni
bicicleta.
Los tours en lancha para recorrer la isla por mar, bañarse con rayas y tiburones, bucear en el jardín de coral acompañado de infinidad de peces de colores y tomar una deliciosa comida en un “motu”, son también extraordinariamente caros. De los aproximadamente 40 euros en las otras islas, aquí se llega casi a los 80.
Los tours en lancha para recorrer la isla por mar, bañarse con rayas y tiburones, bucear en el jardín de coral acompañado de infinidad de peces de colores y tomar una deliciosa comida en un “motu”, son también extraordinariamente caros. De los aproximadamente 40 euros en las otras islas, aquí se llega casi a los 80.
Después de dos días alojado en un acogedor apartamento al lado mismo de
la playa de Matira, la mejor de la isla, me mudé a una pensión familiar tan
económica como las de las otras islas. Es posible pues, encontrar algo barato,
pero eso sí, estaba alejada e aislada de todo, y sin playa. Y llegar hasta allí
en bicicleta después de las 6 de la tarde fue toda una osadía, por una
carretera a menudo totalmente oscura.
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