Camino del Sur
Tras unos días de aclimatación en Santiago,
empiezo a descender hacia el sur del país. Sin tener demasiado claro la ruta,
tomo un bus hacia Talca, a unas cuatro horas de la capital. No me apetece
pasarme más horas sentado. Un pequeño panel luminoso va pasando cierta
información, como la velocidad a la que va el vehículo. Cuando pasa de los 100
quilómetros hora, avisa a los clientes que el chofer ha superado la velocidad
permitida. Un cartel explica que se puede denunciar al chofer… También aparece
el Santoral del día, “Luciano y Eladio”. Así como el pronóstico de la
temperatura máxima y mínima del día, y cierta información útil, como la de
utilizar el cinturón de seguridad, o vigilar el equipaje de mano. Otra nota
avisa que “La Radio del Vehiculo Puede Funcionar con Volumen Moderado y Siempre que Ningún
Pasajero se Oponga”.
A las 12 del mediodía ya estoy en Talca. Dejo
la maleta en la consigna de la estación de buses. Me desplazo hasta el centro
en busca de la Oficina de Información Turística. “Los turistas se acercan hasta
aquí por nuestros museos”, me indica una empleada muy amable y eficiente. “Pero
todos están cerrados desde el terremoto”. Talca se encuentra en la Región de
Maule, una de las más afectadas por el terremoto del 2010. A las afueras hay
algunos parques naturales interesantes, como Radal Siete Tazas, o Tricahue y la
Reserva Natural Altos del Lircay, pero son de difícil acceso sin un vehículo, y
los “tours” salen muy caros.
Me tomo un mote con huesillo, una bebida muy
popular, que se compone de una mezcla de jugo acaramelado con trigo y
melocotones deshidratados, y decido
continuar mi viaje. Estamos en verano, y conseguir un billete puede resultar
complicado. El único lugar al que puedo viajar aquel día es Valdivia, la
capital de la Región de los Ríos. El bus sale a las 10.30 de la noche y llega a
su destino a las 6 de la mañana.
Valdivia
En cuanto empieza a amanecer salgo a recorrer
la ciudad y buscar un lugar en donde alojarme. Tengo suerte y encuentro una
casa particular muy económica, al lado mismo del centro y muy cerca de la
“costanera”, el paseo fluvial. Desde el primer momento me parece una ciudad
bellísima. De hecho la actual capital de la Región de los Ríos iba camino de
ser la capital de Chile, si no hubiera sido por el terremoto de 1960, según
dicen, el mayor de la historia, que la destruyó casi por completo. Una de las
ciudades más industriales del país vio perder en un momento el 80% de todas sus
infraestructuras, incluida la fábrica de cerveza más famosa del país. Hoy vive
del turismo. La fragilidad de su suelo pantanoso no aconseja otra cosa.
Hay mucho que ver en Valdivia. En la misma
ciudad, el mercado de pescado, el Museo Histórico y Antropológico, que alberga
una bellísima casa de madera, antigua propiedad
de un colono alemán, Carlos Antwandter, fundador de la primera
cervecería, el Museo del Terremoto, algunos bellísimos edificios en madera,
como el del Centro de Estudios Científicos, o el Parque Saval.
A poca distancia en microbús se encuentra la
Fábrica de Cerveza Kunstmann, y algo más al sur, las fortalezas de Niebla,
Corral y Mancera, que un día protegieron este importantísimo enclave español.
Aquí resistieron todavía dos años, después de declarada la independencia de
Chile, en 1810, las fuerzas realistas
fieles a la Corona Española. Hoy, unos jóvenes muy entregados reviven la victoria de las tropas chilenas sobre las españolas, una hazaña que fue posible gracias a la astucia de Lord Crochane, un corsario inglés que fue contratado por el gobierno chileno.
Curiosamente, aquel devastador terremoto,
hundió grandes zonas terrestres, que se convirtieron en humedales, hoy
protegidos por su gran valor medioambiental. Como el espacio natural de
Punucapa, al que llego en una lancha por el río Cruces, siguiendo la ruta
fluvial Oncol.
Un lugar “imperdible”, como dicen por aquí, es La Reserva Costanera Valdiviana, gestionada por WWF, y que posee algunos de los Alerces más antiguos del país. Rodeado de Canelos, Caiues, Tepas, Tepús, Arrayanes, Melís i Pinos Mañio, en medio del bosque y al lado de un riachuelo se encuentra un enorme Alerce de 3.000 años de antigüedad. Grande y majestuoso, imponente, pero al mismo tiempo acogedor, con una corteza blanda y suave parece invitar a todo el mundo a abrazarlo.
La Gran Noche Valdiviana
El azar quiso que coincidiera mi estada en
Valdivia con la que, sin duda alguna, es la fiesta más importante de esta
ciudad. Gentes de todos lados viajan hasta aquí, i todos los alojamientos se
llenan, simplemente para poder estar presentes en el gran desfile fluvial que
se realiza el 23 de febrero. Barcos engalanados pasean por el río Cruces,
mientras miles de personas desde la orilla los ven pasar. Un espectacular
castillo de fuegos pone fin al evento, y una marabunda humana invade calles y
plazas en busca de un lugar en el que continuar la fiesta.
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