dimecres, 8 de setembre del 2010

Asia 2010 : Tailandia (5)

... de nuevo en Chang Mai


Volví a Chiang Mai con la intención de probar una experiencia nueva, aprender a meditar en un monasterio budista. Y, según me dijeron, en el mejor lugar que podía escoger, Wat U-Mong, un monasterio a las afueras de la ciudad, rodeado de bosques y al lado de un precioso lago lleno de peces. El maestro, U-Prah, había sido alumno de uno de los más prestigiosos meditadores del sur-este asiático…



Pintaba tan bien que me presenté en el monasterio y les dije que quería pasar allí una semana. Ningún problema. Me asignaron una pequeña habitación de 2x2 metros cuadrados, con una esterilla en el suelo, que iba a ser, desde ese momento, mi cama. Me vistieron de blanco y me llevaron al templo, en donde empezaron a enseñarme algunas técnicas muy sencillas para aprender a concentrarse y a meditar.



4 de la mañana. Hora de levantarse.
De 5 a 7 Meditación
De 7 a 7.20 Limpiar el templo
De 7.30 a 8 Desayuno
De 8 a 9 Descanso
De 9 a 11 Meditación
De 11:30 a 12 Almuerzo
De 12 a 1:30 Descanso
De 1:30 a 3 Meditacióna
De 3 a 3:15 Tea Break
De 3:15 a 4:30 Meditación
De 4:30 a 6 Descanso
De 6 a 9 Meditación
A las 9 A dormir


Al contrario de lo que pensé, no me costó acostumbrarme al nuevo horario. Diez minutos antes de las 4 ya estaba despierto. También me sorprendió muchísimo no sentir ningún hambre a la hora de cenar y acostarme sin comer como si nada. No hablé con nadie, entre otras cosas porque solo había otro hombre meditando y no decía ni piu. Y el primer día, quizá por la novedad, no tuve ningún problema para seguir las técnicas y pasarme las horas meditando.

Cumplí sin dificultad todas las reglas, excepto la de no matar ningún animal. Si hubiera podido hubiera exterminado a todos los mosquitos del mundo, que parecía que solo me picaban a mí. Pero el tercer día ya no podía más. Me despedí y salí corriendo, directo a la estación de trenes.

Y como tenía que esperar unas horas, me metí en un restaurante muy conocido y me pedí un buen filete a la pimienta. Después de dos días de arroz y verduritas, me apetecía un buen trozo de carne. Mientras lo devoraba pensé en la “oración” que leíamos antes del almuerzo en la que se decía que “la comida no debe ser para disfrutar, ni para engordarse, ni embellecerse…” Que rico que estaba, por Dios!

Islas Phi Phi


Después de una noche de tren, en litera, eso sí, y un par de horas de bus, llegué a Krabi, en donde tomé un ferry hacia las islas Phi Phi. La única en la que pueden alojarse los turistas es Phi Phi Don. Existen varias playas, a las que se llega en barco, con “ressorts” muy exclusivos y con preciosos bungaloes mirando al mar. Pero yo me hospedé en el pueblo, en donde se encuentran los alojamientos más económicos, además de una infinidad de bares, restaurantes y tiendas. Allí llegan todos lo mochileros en busca de playa, sol y mucha fiesta nocturna.



La isla, cubierta por un espeso bosque, es preciosa, aunque empieza a sufrir las consecuencias del turismo masivo y de un gobierno corrupto al que sólo parece interesarle hacer dinero rápido y fácil. Los hoteles se propagan por doquier, sin que exista ningún control. Se construyen sin habilitar antes unos buenos accesos, sin que exista un buen sistema de alcantarillado y a menudo son pésimas construcciones con unas instalaciones eléctricas sin condiciones que provocan más de un incendio.

Como me contaban algunos residentes, el gobierno cobra 20 baths a todos los turistas para mantener limpia la isla, pero nunca había estado tan sucia. Nadie sabe a donde va a parar el dinero, y mientras tanto, la basura se acumula en el bosque o flota en alguna playa. En la isla tampoco hay agua. La traen desde Pucket. Y por más que en todos los hoteles se pide a los huéspedes que ahorren agua, el turismo allí no puede ser muy sostenible.


Pero la gran atracción es Phi Phi Lay, la más pequeña de las islas, y sobretodo la bahia de Maya, la famosa playa de la película “The Beach”, de Leonardo Di Caprio. Miles de turistas se acercan cada día a la isla en barco para bucear y observar los arrecifes de coral y los peces de colores que viven en la zona. La mala mar hace que sólo unos pocos se atrevan a nadar hacía las rocas de la costa y puedan bañarse en la que algunos consideran la playa más bonita del mundo.

Quino, relajándose en la playa de Maya, je je...

Fotos de les illes Phi Phi




A evitar..

El botellón
Turismo masivo...

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