dilluns, 16 de febrer del 2015

Marruecos 2015

Fin de Año en Marrakech 



Dicen las guías turísticas que la región central de Marruecos constituye uno de los destinos más apasionantes y románticos de todo el país. Y en ella sobresale la ciudad de Marrakech, fundada hace casi mil años.


Yo había estado allí en 2004, diez años antes, y recordaba todavía la manera en como había llegado a esta bellísima ciudad, atravesando el Atlas. Después de unos días en el desierto, en Er-Rachidia y Merzouga, emprendí la ruta hacia Ouarzazate. Pasé la noche en Aït Benhaddou y al día siguiente continué hacia Marrakech. Es un viaje que corta el aliento, pasando por carreteras de las que cuelgan barrancos sin fin, y curvas sinuosas que siguen el perfil de las montañas, y se pierden en el infinito a medida que descienden hacia los valles.

En esta ocasión llegué por aire, directamente a la ciudad roja, la capital del Sur, rodeada de naranjos y palmeras, con su atmósfera peculiar, más africana, tradicional y bereber que el resto de ciudades del país.

Des del avión se aprecian las cumbres nevadas del Alto Atlas, que rodean Marrakech y dejan huella en el recuerdo de todos aquellos que la visitan.También los enormes campos de naranjos

Y ya en tierra, nos dirijimos a nuestro hotel, que se encontraba justo en el centro, delante mismo de una de las joyas de la ciudad, la mezquita Koutoubia. Una leyenda bereber cuenta que cuando se “clavó” en el corazón de la ciudad, manó tanta sangre que los muros, las casas y las calles se tornaron de color rojo. Al atardecer, con los últimos rayos del sol, parece como sí la sangre fluyera de nuevo a medida que los muros de la ciudad se tornan color carmesí.



Detrás se encuentra la famosa plaza de Djemaa el-Fna, un microcosmos de Marruecos y uno de los más fascinantes espectáculos al aire libre. Sus paraditas de zumos, los hipnotizadores de serpientes, los vendedores ambulantes y los restaurantes que se instalan cada tarde y se desmontan bien pasada la noche, hacen que sea uno de los lugares más animados de la ciudad antigua.

Y alrededor, los zocos de la Medina, un laberinto de callejuelas estrechas y sinuosas llenas de tiendas repletas de todo tipo de mercancías. Ropas, babuchas, lámparas, joyas, ungüentos y aceites de argán. Un lugar maravilloso en dónde perderse, dejarse llevar sin rumbo, para acabar en la bonita plaza de las especias, o en los patios de los curtidores de piel, con sus características piscinas de fuertes y pestilentes ácidos.










En la ciudad no debe dejarse de visitar el Museo de Marrakech, un edificio espectacular que contiene un hamman precioso. Y la Madraza Ali Ben Youssef, la escuela teológica más grande de todo el Magreb, construida por los saudíes en el año 1565. Tampoco el Palais El Bahia y las Tumbas Saudíes, del S. XVI. 


 

Otra visita obligada, ya en la zona nueva, son los jardines Majorelle, en dónde se encuentra la que fue residencia de Yves Saint Laurent. Y como no, de vuelta a la ciudad antigua, vale la pena detenerse a tomar algo en el Hotel Mamounia, uno de los más lujosos y míticos de la ciudad. 





 

Si se dispone de tiempo es recomendable hacer alguna excursión para conocer los alrededores de Marrakech. En esta ocasión, visitamos el bellísimo valle de Ourika, a una hora de distancia, y a los pies de las últimas estribaciones del Alto Atlas. 





 

Marrakech es sin duda un lugar perfecto para pasar el fin de año. Alojarse en uno de los muchísimos riads escondidos por la Medina añade exotismo y su cuidada decoración los hace muy románticos. Además la ciudad cuenta con excelentes cafés y restaurantes en donde deleitarse con la deliciosa cocina marroquí.

 Pastilla: plato tradicional