Malaysia
"The true Asia"
Con vecinos tan llamativos como Tailandia o Vietnam, pocos son los turistas que se acercan a Malasia, un país distinto, con un montón de lugares interesantes y que se publicita con el eslogan “La verdadera Asia”.
Lo que primero llama la atención es su carácter de país musulmán. Los templos budistas del norte han dejado paso aquí a las mezquitas, y las túnicas calabaza a los velos de un buen número de mujeres. La similitud con sus vecinos del norte la ponen los chinos y sus abigarrados templos. Es un país en el que conviven tres culturas muy diferentes, los malés, los indios y los chinos, con el inglés como lengua común.
Yo había pensado omitir Malasia esta vez, ya que hace 12 años hice un extenso recorrido por todo el país, desde las ciudades coloniales de Malaca y Penang y las colinas de té de Cameron Higlands, en el oeste, hasta las fantásticas playas y parques naturales de la costa oeste. No obstante, tengo varios amigos en la ciudad a los que me apetecía visitar, así que puse mis pies de nuevo en la cosmopolita capital de Kuala Lumpur.
Mi amigo Brian me recogió en la estación de autobuses, a donde llegué en un lujoso autocar de anchos y cómodos asientos en el que dormí toda la noche. Para mi sorpresa, ahora vive en un lujoso apartamento a 5 minutos andando de la famosas Petronas, y rodeado de enormes centros comerciales que están siempre llenos de gente.
Y estos días especialmente. Es el Ramadan, y los musulmanes esperan sentados en los numerosos restaurantes a que oscurezca para poder tomar la única comida de todo el día. Se hacen menús con platos muy especiales y nutritivos y a precios muy asequibles. Las tiendas también están llenas. Los días 10 y 11 se celebra el Hary Raya Aidilfitri, la fiesta que marca el final del Ramadan, y todos se hacen regalos y aprovechan para viajar y reunirse con la familia.
Han sido unos días de relax, disfrutando de la fantástica oferta culinaria del país, y de los extraños dulces a base de gelatinas de colores, judias, maíz, arroz o coco, que tanto me gustan.
La maldición de Buda
El primer día que Nieves y yo visitamos la gran pagoda de Rangún, en Myanmar, le dimos la vuelta en el sentido contrario a las agujas del reloj. No sabíamos que siempre se ha de visitar en el sentido opuesto. Cuando quisimos abandonarla nos llevó más de media hora. No conseguíamos salir nunca por la misma puerta por la que habíamos entrado, y en donde habíamos dejado nuestros zapatos. Pensamos que había caído sobre nosotros una maldición.
El día en que dejé el templo budista de Chiang Mai, al que había ido a meditar, me fui directo a un restaurante a comerme un buen filete. En aquel momento pensé que aquel gesto, justo después de haber recitado durante tres días que la comida sólo ha de servir para alimentarnos y no para disfrutar, era como un agravio a las enseñanzas budistas. Además, por más que una de las normas del templo era no matar ningún animal, yo no me frené en absoluto a la hora de aplastar todos los mosquitos que se interponían en mi camino.
Los tres días posteriores, mientras estaba en las isla Phi Phi, me hizo un tiempo horroroso. Cada día llovía. Después llegué a Kuala Lumpur, con la intención de visitar a varios amigos que tengo allí. Zahim estaba pasando el mes en su casa de Londres. Razif había cambiado su teléfono y me fue imposible contactar con él, y a Brian le adelantaron el vuelo a China y no pude estar con él más que dos días. Mi cámara dejó de funcionar y tuve que comprarme una nueva. Y para colmo, me hospedo en un hotel infestado de garrapatas. Algo me decía que debía salir de allí corriendo.
Pero la festividad del Hary Raya llena todos los buses y trenes de la ciudad y hace que los vuelos sean mucho más caros de lo habitual. Compro el billete de avión para el domingo bien temprano, con lo cual no puedo salir de marcha el sábado. Y para colmo, por no haber cambiado la hora en el despertador pierdo el avión y he de comprar otro billete, que me cuesta el doble.
Mientras volaba con destino a Borneo, me decía a mi mismo que hoy era uno de esos días en que uno piensa que mejor hubiera sido no levantarse. ¿Qué más me puede pasar? … La respuesta no se ha hecho esperar. Cuando estábamos a punto de aterrizar unas turbulencias han paralizado a todos los pasajeros al zarandear el avión y el piloto ha impactado tan bruscamente con las ruedas en la pista que más de uno se ha quedado blanco. Y aquí no se acababa la mala racha.
En el aeropuerto he tomado un taxi hacía el centro. El único medio de transporte. Me ha llevado a una casa de huéspedes y antes de que preguntara los precios y decidiera que me quedaba, ha desaparecido con mi maleta en el interior. Me he quedado a cuadros. El muchacho de la recepción ha llamado al aeropuerto, pero claro, si no sabía la matrícula no podían hacer nada. Al final, el propietario del hotelito me ha llevado con su coche hasta el aeropuerto, y allí estaba el taxista en cuestión. Ni se había dado cuenta que mi maleta seguía en el portaequipajes de su taxi. Al final la historia ha acabado bien. Listo para descubrir Borneo. Espero que Buda se de por satisfecho.
No pude ver a algunos de mis antiguos amigos, pero si a Yap i Fanne, a los que conocí mientras viajaba por Vietnam. Con ellos pasé un par de días formidables. Me sacaron a cenar, me pasearon por la ciudad y me ayudaron a comprar mi nueva cámara.
Thank you
No pude ver a algunos de mis antiguos amigos, pero si a Yap i Fanne, a los que conocí mientras viajaba por Vietnam. Con ellos pasé un par de días formidables. Me sacaron a cenar, me pasearon por la ciudad y me ayudaron a comprar mi nueva cámara.
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