dissabte, 26 de juny del 2010

Asia 2010 : Laos (4)


En 1964, y mientras las fuerzas norteamericanas combatían en Vietnam, una guerra secreta se llevaba a cabo en Laos. Violando los acuerdos de Ginebra firmados en 1962 y que prohibía la presencia de militares extranjeros en el país, los Estados Unidos empezaron una campaña de bombardeo masivo sobre el país, que pretendía evitar el avance de las fuerzas del Vietcom, que utilizaban Laos para trasladarse hacia el sur, y eliminar las guerrillas comunistas. La operación se mantuvo en secreto hasta 1970.

De 1964 a 1973 la aviación norteamericanas lanzó sobre el país más de 2 millones de toneladas de bombas, con un coste de más de 7 billones de dólares, convirtiendo a Laos en el país más bombardeado, por capita, del mundo. Se calcula que más del 30% de las bombas, misiles, minas y granadas no explotaron, quedando diseminadas y ocultas por todo el territorio.

Entre otras, los Estados Unidos lanzaron media tonelada de bombas de racimo por habitante. Estas estallan antes de llegar a tierra, y liberan cientos de pequeñas bombas de diferentes tipos.


Como consecuencia de ello, desde que acabó la guerra hasta hoy, más de 200.000 personas han muerto al topar con esas bombas. Entre ellas muchos niños, atraídos por el color y la forma que las hace parecer juguetes.


Precisamente una de las zonas más bombardeadas de Laos fue lo que se conoce como Plain of Jars, un yacimiento arqueológico impresionante que contiene centenares de vasijas de diferentes tamaños, de uso seguramente funerario y que se estima que tienen más de 2.000 años. Algunas de ellas, destrozadas, se hallan al lado de profundos cráteres provocados por las bombas lanzadas en el lugar. Aunque la zona se ha rastreado a fondo, los visitantes no pueden salirse, por seguridad, del camino marcado.


La zona está habitada principalmente por miembros de la etnia Hmong, a los que no queda más remedio que seguir trabajando la tierra, a pesar del riesgo de topar con una bomba. En sus poblados y casas aparece multitud de material de guerra al que han sabido dar un uso más pacífico.


En la ciudad de Phonsavan, se puede visitar además una exposición de MAG, una organización humanitaria que lleva años colaborando con el gobierno de Laos para limpiar la zona de bombas. Tres videos dan muestra de la magnitud del problema, el sufrimiento de muchas familias y el impedimento que ha supuesto para el desarrollo de la zona. Una forma de sensibilizar sobre un problema del que se habla poco.

diumenge, 20 de juny del 2010

Asia 2010 : Laos (3)

Camino de Luang Prabang

Las pequeñas embarcaciones que navegan por el río Nam Oa no parten de Luang Khua hasta que consiguen un número suficiente de pasajeros que amorticen el viaje. A las 7.30 de la mañana solo éramos 3, así que quedamos en volver a las 9. Es temporada baja y no hay turistas en la zona. Esperamos todavía una hora más, pero a las 10, viendo que no se añadía más gente, optamos por pagar la diferencia.


Tras cinco horas de viaje, llegamos a Luang Ngoi Neua. A esas horas ya no había botes hacía Nong Khiaw, así que pasamos la noche en esta tranquilísima aldea. Por 3euros me instalé en un bungalow con vistas al río, porche y hamaca. Que más podía pedir? El lugar era idílico. Río, bungaloes para turistas, y tras las casas, alineadas a lo largo de una única calle, empezaba la selva, espesa y misteriosa. Una tormenta espectacular animó toda la noche, y los relámpagos, que no cesaban, ponían la luz que la aldea no tenía.


A la mañana siguiente tomamos un bote hacía Nong Khiaw, y allí una “pic up” hacia Luang Prabang. Casi 4 horas de viaje agotador, con interminables paradas en que bajaban unos y subían otros. Sacos de arroz, pescado, gallinas, cañas de azúcar… Todo cabía en aquel diminuto habitáculo. Eso sí, tuve mucho contacto con la gente del lugar.






Situada a 700 metros sobre el nivel del mar, en la confluencia del río Khan y el río Mekong, se encuentra Luang Prabang, una de las joyas de Laos, Patrimonio Mundial por la UNESCO. Es una ciudad pequeña, con mucho encanto, que apetece recorrer a pie, repleta de monasterios, en los que viven una infinidad de monjes y preciosas casas coloniales, convertidas hoy en hoteles muy acogedores y apetitosos restaurantes.

La que una vez fuera capital del reino de Lan Xang y residencia preferida de sucesivos monarcas, conserva, hoy convertido en museo, el Palacio en donde vivió la familia real de Laos hasta 1975, año en que los comunistas obligaron al rey a abdicar. Parece ser que el rey y su familia acabaron en los campos de trabajo del régimen, enn donde no resistieron demasiado…

Y semejante joya, no podía encontrarse en un entorno más acogedor. Los alrededores de la ciudad, lugares de una gran belleza, como las cataratas de Kuang Si, con innumerables piscinas naturales de limpias aguas de color turquesa, son también una visita obligada.




Yo, además, tuve la suerte de conocer un grupo de jóvenes estudiantes que enseguida quisieron mostrarme su ciudad. Cruzamos el río, visitamos una aldea cercana, me hicieron probar algunas de las especialidades del lugar -la mejor comida que he tomado en Laos- y hasta me llevaron de marcha, para conocer como se divierte la gente de por aquí.

La música y el baile tradicional de Laos son un reflejo de la forma relajada y tranquila como viven las gentes de este país. Los suaves movimientos de pies y caderas se combinan con un delicado juego de manos, mientras todas las parejas van girando alrededor de la pista.


diumenge, 13 de juny del 2010

Asia 2010 : Laos (2)


L a o s

El Norte



"Treking" en Muong Khua

Nos encontrábamos sentados en una linda terraza con vistas al río cuando Boun Ma, un hombre menudo y sonriente se nos acercó para proponernos una ruta por la zona. Nos explicó que era profesor i que aprovechaba el período de vacaciones para hacer un dinero extra. Nos pareció bien la oferta y aceptamos.

Pensé que seria otro “treking” como el de Sapa (ver última publicación de Vietnam). Un “paseo” visitando algunas tribus. Nada que ver. Los más de 20 quilómetros que hicimos el primer día fueron extenuantes. Siempre cuesta arriba, con una buena pendiente - según el guía, subimos 1600 metros- y bajo un sol abrasante.

Mientras nos movemos bajo la densa vegetación tropical no hay problema, pero los indígenas han arrasado extensiones enormes por las que es imposible no pasar. Queman los árboles y plantan arroz de montaña, una variedad que crece con el agua de la lluvia y que es muy apreciada en Laos.




Según el guía, sólo pueden recoger una cosecha, a lo sumo dos, pues la tierra de la selva no da para más. Después hay que cortar otro pedazo de bosque y empezar de nuevo. El espectáculo a nuestro alrededor es desolador. Eso si, los campos abandonados no tardan en cubrirse de hierbas. Una alfombra verde que embellece un poco el paisaje. Y, con suerte, unos 20 años después, habrá vuelto la vegetación tropical…


El sudor empapa todo mi cuerpo, como si estuviera tomando una ducha. Cae por mi cara y no doy abasto a limpiarlo para evitar que me entre en los ojos. Por fin, a eso de las 12 del mediodía llegamos a una aldea fascinante de casas de madera y bambú. Nos refugiamos en una de las casas, en la que el guía prepara nuestra comida. No hay luz, ni gas, ni agua corriente. Tras la comida seguiremos la marcha.


A las 5 de la tarde llegamos a la aldea en la que pasaremos la noche. Está rodeada por dos empalizadas de bambú para protegerse de tigres y osos, que parece que aún habitan la zona. Entre la primera y la segunda viven los cerdos. Unas escaleras permiten el acceso rápido a las personas, incluso a los perros, e impide que los cochinos salgan de allí. En el centro viven las familias, en casas elevadas encima de pilares.



Nada que ver con Sapa. Aquí nadie vende nada. Todo el mundo nos mira atentamente. Los niños con sorpresa. No hay luz, ni duchas, ni baños, ni bebidas frescas… Cruzando las dos empalizadas existe un depósito en donde almacenan el agua que suben del río. Allí lavan las verduras, los cacharros y también se bañan todos los habitantes de la aldea. En calzoncillos, y bajo la atenta mirada de un grupo de chicas que también se lavan y peinan, nos duchamos nosotros.




Nuestra visita coincide con una fiesta para despedir al maestro, que ha ejercido durante un año en esa aldea. Ahora tendrán que esperar tres años para tener un nuevo profesor. El gobierno no puede pagar, dice el guía, un maestro para cada aldea y por eso concede uno cada tres años. Los niños que han aprendido a leer y escribir enseñaran a los más pequeños lo que han aprendido.



Con motivo de la fiesta, preparan una cena excepcional a la que, por supuesto, estamos invitados. Una buena variedad de platos de animales de bosque, indeterminados, con salsas superpicantes, verduras desconocidas, setas, pasta y arroz. Y un aguardiente casero que me quema el estómago.



A eso de las 5 de la mañana ya está todo el mundo en pie. Después de desayunar reanudaremos la marcha. Nos quedan 5 horas de camino, soportando un sol abrasante, huyendo de las sanguijuelas que intentan colarse en mi zapato, atravesando otras aldeas y cruzando ríos, para, finalmente, regresar de nuevo a Muong Khua