Retorno a Luang Prabang
Puesto fronterizo entre Tailandia y Laos, en el río Mekong
Estaba tan cerca de la frontera con Laos que no pude resistirme a volver a este maravilloso país. Deseaba cruzar las selvas del oeste y regresar a Luang Prabang, una de las ciudades más bonitas que he visitado. En sólo tres horas me planté en el extremo tailandés del río Mekong. Unos 10 minutos de bote y ya estaba en Laos.
He recorrido de nuevo sus calles, he paseado a la vera del río, he visto a los monjes caminar con sus paraguas abiertos, protegiéndose del sol, y he pasado muchos ratos en Joma, mi café preferido, degustando un sabroso desayuno, un delicioso chocolate o alguno de sus apetitosos pasteles.
Han sido cinco días de relax. No quería hacer nada, a parte de encontrarme con los amigos que había conocido la otra vez y tomar algo en alguno de los chiringuitos en donde se reúnen los jóvenes de la zona.
Eso sí, cada día, religiosamente, me he presentado en el monasterio de Xieng Thong, Patrimonio de la UNESCO y uno de los más famosos de Luang Prabang. Allí vive Phiu, un monje que conocí en junio y que ha aprendido castellano de manera autodidacta, sin profesor alguno. Me pidió que le ayudase con la pronunciación, y cada día hemos pasado un par de horas juntos conversando y tratando de conseguir que pronunciase bien las “erres” o la “ll”, entre otras cosas.
Saboreando un delicioso chocolate con hielo en mi café favorito conocí a Vong Xiong, un estudiante universitario de la etnia Hmong. Poco después ya estaba en su casa, en una pequeña localidad cercana a Luang Prabang. Insistió en llevarme y no lo dudé.
Instrumento Hmong para despedir a los que fallecen
Arma de destrucción masiva, como las de Irak
Los primos con los que vive
Como todos los Hmong que he conocido, es una persona encantadora, sencilla, optimista y alegre. Me explicó que a los 8 años dejó a su familia y la aldea en donde viven en medio de las montañas, para poder estudiar. Se hospeda en una pequeña cabaña de madera al lado de la casa de sus primos, rodeada de tamarindos y mangos. Comparten el baño y el quehacer diario de gallinas y patos.
Las patas de las dos camas y las de la mesita, el único mobiliario fijo, descansan en unos pequeños recipientes llenos de agua. Es la manera de evitar que asciendan las hormigas. Los mosquitos tienen acceso libre por las mil y una rendijas, y también las avispas. Sentados cómodamente en unas sillitas de plástico, una de ellas decidió clavar su aguijón en mi oreja derecha, haciendo volar por los aires la paz en que vivía, por poco tiempo, eso sí.
Su tía cosía en el patio unos pequeños recuerdos de Luang Prabang que luego su hija vendía en el mercado nocturno de la ciudad. Por allí paseamos más tarde, para saludarla y disfrutar contemplando las telas y artesanías que atraen a tantos turistas.
FULL MOON
Esta vez coincidí con la fiesta de la Luna Llena. Todos los meses, durante esta fecha, que es muy importante para los budistas, todos los monjes del país se rasuran la cabeza y las cejas. Al día siguiente se reúnen en uno de los templos de la ciudad para celebrarlo juntos. Yo emprendía viaje de regreso a Tailandia.
También hay que "rasurar" el césped
El viaje de ida lo hice en autobús, 15 horas, pero el de vuelta quise hacerlo por río, remontando el Mekong. Son dos días de trayecto, pasando la noche en un lugar en medio de la jungla llamado Pakbeng. El barco se detiene al lado de muchas aldeas a las que sólo se puede llegar por el río y en donde deja o recoge pasajeros. Una buena oportunidad para conocer gente del país y contemplar un paisaje exultante.
Pakbeng
Bye bye Laos
Zapatera local arreglando mi sandalia
Comida barata en el mercado local
Bichos locales
Laotianos
El Mekong
6 de la mañana, ofreciendo comida a los monjes en Luang Prabang
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