dilluns, 30 de setembre del 2019

La ruta de la seda (2)


Kashgar, la tierra de los Uigures


Kashgar es una ciudad-oasis situada al oeste del gran desierto de Taklamakán, el más temido por los viajeros de la Ruta de la Seda. Dos rutas provenientes de Xian, la antigua capital china, lo rodeaban, una por el norte y otra por el sur, y ambas convergían al otro extremo en esta bella ciudad. Una tierra fértil gracias al agua que desciende de las montañas del Tian Shan, con picos de más 6000 y 7000 metros de altura. Un lugar en donde descansar y reponerse del arduo camino, antes de iniciar la ruta hacia Asia Central y Europa, o el vecino Pakistán.



Esta ciudad, a 1.290 metros de altitud y con temperaturas que oscilan entre los 40 grados en verano y los menos 15 en invierno, es un destino poco habitual todavía entre los turistas extranjeros. Y, sin embargo posee un gran encanto gracias a su casco antiguo, sus teterías tradicionales, en donde hombres mayores desayunan té y pan, y sus comercios tradicionales. 








Especialmente interesante es su mercado nocturno, en donde puede probarse de todo, hasta suculentos escorpiones.






También cuenta con destacables monumentos, como la Mezquita Id Kah, la mayor de toda China, 16.800 metros cuadrados, construida en 1422, o el Mausoleo de Afaq Khoja, del S. XVII, en donde descansa el héroe de los uigures y toda su dinastía. En un aparente intento de robarle protagonismo, el gobierno chino prefiere enfatizar la presencia, dentro del mausoleo, de la tumba de Ikparhan, la conocida como Princesa Fragante, cedida al emperador chino, y que tras su muerte fue transportada desde Pekín para ser enterrada en Kashgar.



Y como no, una de las principales razones por las que muchos incluyen Kashgar en su Ruta de la Seda es su famoso mercado dominical de animales. Allí puede observarse de cerca cómo se venden y compran todo tipo de animales, vacas, ovejas, cabras, caballos, yaks y, con un poco de suerte, hasta camellos.









La estatua de Mao Zedong, con una altura de 18 metros, es la mayor estatua del antiguo líder que aún se conserva en China.






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dimecres, 25 de setembre del 2019

La ruta de la seda (1)


Kirguizistán

“Me encuentro sentado frente del lago Issyk Kul, en un banco de madera al lado de la yurta en donde he pasado la noche. La vista es espectacular. El lago, por cuya orilla circularon una vez las caravanas que recorrían la llamada ruta de la seda, es como un gran espejo en el que se refleja un cielo azul intenso, con cuatro nubes dispersas. Y al fondo, las nevadas cumbres del Küngöy Alatoo, la cadena montañosa al norte del Tien-Shan, las montañas celestiales, que cubren casi el 80% del país para perderse después en el vecino Kazakhstan.”


Issyk Kul, a 1.600 metros de altitud, ocupa más de 6.000 m2 y es el segundo lago de montaña más grande del mundo, después del Titicaca. Con sus más de 150 km de largo por casi 60 de ancho y con una profundidad media de más de 600 metros, parece un mar interior de agua salada.

Curioso, cuando se dice que Kirguizistán es el país más aislado y alejado del mar. Un país pequeño, ni la mitad de grande que España, pero el tercero con mayor altitud media del mundo, solo superado por Bután, Nepal y Tayikistán. El 94% del territorio de Kirguizistán se encuentra por encima de los 1000 metros sobre el nivel del mar, y la elevación media es de 2.750 m. Sin duda, su geografía y su clima extremo, han marcado la idiosincrasia de un pueblo nómada, fuerte y sorprendentemente hospitalario.
Bishkek

La capital de Kirguizistan, el país de los Kirguizos, es mi puerta de entrada a esta ex república soviética, que, como sus vecinos, alcanzó la independencia en 1991. La larga influencia rusa queda patente desde el primer momento en el estilo de sus edificios oficiales y en los toscos bloques residenciales. Y como no, en algunas de las estatuas que decoran la ciudad, como la de Lenin, en el centro histórico. Pero esta ya no ocupa un lugar central. Ahora, la que destaca por encima de todas es la de Manás, el héroe épico que unió las 40 tribus nómadas.


En esta ciudad es de obligada visita el Gran Bazar, en dónde se respira el alma de estas gentes y en dónde pueden probarse algunas de las especialidades del país, como el kumis, la bebida tradicional hecha con leche de yegua fermentada… Mejor ir acostumbrándose a su especial sabor si uno desea acercarse a saludar a alguna de las familias de pastores que pueblan las montañas durante los meses de verano. Para ellos es un manjar y lo primero que te ofrecerán.



Naturaleza en estado puro

Si algo caracteriza a Kirguizistán es su Naturaleza. Es tierra de glaciares, de caudalosos ríos, lagos, infinitas praderas llenas de flores alpinas y colosos de roca con cumbres eternamente nevadas. Eso es lo que encontrará el viajero que se adentre en este fascinante país por el que transcurrió durante siglos la famosa Ruta de la Seda. Una imagen, sin duda, muy diferente de la que encontrará después, si sigue esa ruta hacia el vecino Uzbekistán.


Siguiendo el curso del río “Chiu”, que delimita la larga frontera con el vecino Kazakhastan, al norte, salpicada de torretas de vigilancia de los militares kazhajos, no tarda en asomar Issyk Kul. Las orillas de este lago están llenas de lugares interesantes en los que detenerse, como Cholpon Ata, una pequeña localidad en dónde se encuentra el Museo de los Petroglifos, algunos de los cuales datan del S. VIII a.C. Un buen lugar para probar una deliciosa trucha del lago y darse un refrescante baño.

Al este se encuentra la ciudad de Karakol, de marcada influencia soviética y que debe su nombre a un gran explorador ruso. La Mezquita de Dungana, construida por los “Dunganos” tras su huida de China a finales del XIX, o la iglesia de Denko, convertida en escuela y gimnasio durante la revolución rusa, son algunos de sus monumentos más representativos.


Desde esta ciudad, rodeada de montañas de casi 5.000 metros de altitud, pueden realizarse varias excursiones por paisajes alpinos que muy bien pudieran recordar nuestra vecina Suiza.



En busca de los mejores pastos

Los kirguizos han sido siempre un pueblo nómada, y siguen siéndolo hoy, a pesar del esfuerzo soviético por sedentarizarlos. Una gran parte de la población kirguiza sigue viviendo del campo y la ganadería. Cada año, cuando el invierno se despide y llega la primavera, centenares de familias dejan sus pueblos para subir a las montañas con sus caballos, cabras, ovejas, vacas y yaks, en busca de los mejores pastos. Allí pasaran todo el verano, antes de que el frío invierno los haga volver a casa.




Durante el verano, pues, plantarán sus tiendas, la famosas yurtas, en los frondosos pastos de lugares tan sobrecogedores como el lago Song Kol, Tash Rabat o la falda del Pico Lenin. Una oportunidad única para acercarse a estos lugares que, por encima de los 2.000 metros son inhóspitos e inaccesibles con la caída de las primeras nieves.



Las yurtas montadas por algunas de estas famílias y por organizaciones como el CBT “Community Base Tourist”, que busca que los beneficios del turismo que empieza a llegar al país repercutan en la población local, permiten a los turistas disfrutar de una experiencia única e inolvidable. Alojados en medio de parajes de ensueño, y disfrutando de la deliciosa comida local, se puede experimentar de cerca la vida de estos pueblos nómadas. Y pueden imaginarse, un poco, las penúrias por las que tuvieron que pasar aquellos que se atrevieron a cubrir, durante siglos, las transitadas rutas de la seda, expuestos a los peligros de una complicada orografía, un clima extremo, e incluso a los ataques de los bandidos.



Marmota






Mercados en el sur de Kirguistán
Caravanseray del S. X en Sary Tash



Mercado en Karakol
 Mercado en Sary Mogol