Un paraíso inesperado
La impresión, cuando el avión se aproxima a Sal, una de las 10 islas que forman Cabo Verde, es de sorpresa y duda. Hasta donde llega la vista uno solo percibe una isla llana, árida y seca. De donde viene lo de verde es la primera pregunta que le viene a uno a la cabeza.
La
isla de Sal es el principal destino turístico de este país anclado en medio del
océano pacífico. La mayoría de turistas que aprovechan los paquetes económicos
que se ofertan en Europa vienen buscando sol y bonitas playas.
Y,
aunque la primera impresión pueda ser un poco decepcionante, al verse en medio
de un desierto, sin apenas vegetación, todo cambia en cuanto uno se acerca a
sus playas de arena blanca y aguas cristalinas y transparentes, con una amplia
gama de azules y verdes turquesa.
Pero a las maravillosas playas se le suma enseguida la simpatía de sus gentes, y la excelencia de sus restaurantes que sirven deliciosa comida criolla, como la cachupa. Un lugar ideal para disfrutar de pescado y marisco, cracas, percebes y langostas.
Y
aunque a primera vista nos pareciera que no hay nada que ver en ese árido
paisaje lunar, una excursión por la isla enseguida cambia nuestra
perspectiva.
Acantilados
rocosos en donde chocan las olas y que albergan piscinas naturales, como
Buracona. Palmeira, un típico pueblo de pescadores, con sus casas de colores. O
las impresionantes salinas de Pedro de Lume, hoy abandonadas, pero con
vestigios que dan una idea de su pasado glorioso. La abundancia de sal en el
agua de sus piscinas permite un baño que te mantiene a flote sin ningún
esfuerzo, como si estuviéramos en el mar muerto.
San
Vicente
Para
los que no somos mucho de playa, y nos basta con un par de días al sol, siempre
existe la opción de acercarse a alguna de las otras nueve islas que forman Cabo
Verde.
A una hora de camino en un pequeño avión de hélices se encuentra la isla de San Vicente. Volamos hasta Mindelo, la segunda ciudad en importancia, después de la capital, Praia, en la isla de Santiago.
Un
centro cultural indiscutible, el hogar de Cesaria Évora, la aclamada cantante
caboverdiana que dio a conocer este país al mundo entero. En el centro, cerca
de la casa rosada, el Palacio del Pueblo, sede del gobernador, se encuentra la
casa en la que vivió. Hoy pequeño museo que alberga todos sus galardonados
discos de platino y oro.
Una
ciudad vibrante, un lugar ideal para mezclarse con sus gentes, dejarse
sorprender en sus mercados por la variedad de frutas y pescados, disfrutar de
sus lindas playas con los locales, y degustar una deliciosa comida en algunos
de sus acogedores restaurantes, en los que no falta la música en vivo.
Y por supuesto, hay que subirse al Monte Verde, desde el que se tiene una vista completa de la isla.
Y luego acercarse a Salamansa, pueblo de pescadores, y a Bahía das Gatas, para darse un buen baño, y saltar en sus impresionantes dunas.
Se puede remata con un delicioso almuerzo en el restaurante Hamburg, en Calhau. Y visitar después el centro de recuperación de tortugas y contribuir económicamente con los proyectos que se llevan a cabo para salvar este bellísimo animal que viene a desaguar a estas bonitas islas.
Santo
Antāo
Un
ferry une Mindelo con Porto Novo, la capital de la vecina isla de Santo Antāo,
que carece de aeropuerto.
En
el fondo de un profundo cráter de un antiguo volcán hoy dormido, y en las
incontables terrazas de sus montañas y valles crecen todo tipo de cultivos. La
isla provee de frutas y verduras a sus hermanas, mucho más secas y áridas.
Además, con la caña de azúcar, que cultivan por doquier, obtienen una deliciosa
miel y el grogue, el aguardiente nacional.
En
nuestro recorrido por la isla visitamos el valle de Paúl, en donde se elabora
el mejor grogue del archipiélago. Allí aprendimos que de la caña de azúcar se
aprovecha todo. El líquido que resulta de exprimirlas, y con el que se elabora
esta bebida. Y sus hojas secas, que se queman en el trapiche, y que son el
combustible para poder destilar la bebida. Las cenizas sirven después de abono
para el cultivo de hortalizas.
La
ruta entre valles y tras cruzar algunos coloridos pueblos, nos llevó hasta
Ponta do Sol, el pueblecito pesquero en que haríamos noche. Un lugar encantador
en el que pudimos conocer a muchos caboverdianos, con los que nos bañamos y
jugamos al futbolín hasta bien entrada la noche.
Los
alojamientos locales en los que nos hospedamos, y los restaurantes familiares
en donde degustamos la deliciosa gastronomía local son una buena oportunidad
para relacionarse con la población local, siempre dispuesta a conversar y
explicarte cosas interesantísimas de este desconocido país. Son, además, una
buena manera de contribuir a la economía local, y repercutir los beneficios
económicos del turismo en la gente del país.
Sin
duda, un destino al que volver para completar la visita a las otras siete islas
que todavía nos quedan por ver.
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