Llegado a Punta Arenas, es hora de regresar, deshaciendo el camino hecho en mi intenso viaje hacia el sur. Una opción muy popular es el avión. Los 3.416 quilómetros hasta Santiago son un
buen argumento. También es posible regresar a Puerto Natales, 3 horas al norte,
y tomar el ferry de la naviera Navimag, que, una vez a la semana zarpa hacia
Puerto Montt. Durante cuatro días surca el mar entre fiordos e islas y, si el
tiempo es bueno, permite disfrutar de unas vistas espectaculares de la
recortada costa chilena.
Hay una cuarta opción, que es la que elegí
esta vez. Cruzar a Argentina de nuevo y subir por la Ruta 40 hasta Los
Antiguos. Unas 17 horas de bus ininterrumpido, que me permite entrar de nuevo
en Chile a la altura de Chile Chico, en plena ruta austral. Desde allí cruzo en
ferry el Lago General Carrera, hasta la diminuta población de Pto. Ibáñez, en
donde los buses esperan para llevar a los pasajeros hasta Coyhaique. Otro bus me
acerca a Puerto Aysen y luego a Puerto Chacabuco, en la costa, y por la noche tomo un ferry de Naviera
Austral hasta la isla de Chiloé, a donde llego 28 horas después.
La verdad es que me entristece dejar La
Patagonia. Desearía quedarme mucho más tiempo. Es un lugar que te seduce y
enamora, por su belleza, su inmensidad y sus gentes, sencillas, amables y
acogedoras. Me voy con pena, quizá también por haber descubierto que esta
maravilla de la naturaleza está seriamente amenazada. El gobierno chileno, que
debería protegerla, es su principal enemigo.
Chile es considerado uno de los países del
mundo menos sostenibles, que utiliza indiscriminadamente sus recursos naturales
para mejorar su crecimiento económico, a menudo autorizando a empresas
extranjeras para su explotación. El gobierno parece actuar sin importarle las
consecuencias futuras de todo ello, y problemas como el de la contaminación del
aire se agravan día a día. Santiago ha sido considerada la segunda ciudad más
contaminada de las Américas.
Al mismo tiempo, los bosques nativos no paran
de reducirse debido a la tala, y son sustituidos por especies exóticas de
crecimiento más rápido como los eucaliptos o el pino Monterrey. Los bosques
autóctonos de araucarias y alerces han disminuido de forma alarmante en las
últimas décadas. La industria del salmón, uno de los productos estrella de la
economía chilena, ha contaminado las
aguas, dulces y saladas. Y la industria minera, como la extracción de cobre,
que es la espina dorsal de la economía de Chile, contamina agua y aire. Para
colmo, el enorme agujero en la capa de ozono que se encuentra encima del país
no para de crecer.
¿Sabrá Chile afrontar estos retos? ¿Tomará las
medidas para proteger un patrimonio natural único y vital para la subsistencia
del planeta? ¿Podrán seguir disfrutando de estos parajes las futuras
generaciones? Espero que si, porque en la Patagonia uno se reencuentra consigo
mismo, nota, más que en ningún lado, la estrecha vinculación entre el hombre y
el planeta que habita. Y hasta cree tener la certeza de que destruir la
naturaleza es asegurar nuestra extinción como seres humanos.
espectacular como siempre quino un abrazo mu fuerte i sigue enseñandonos ese mundo ke muchos solo vamos a ver en fotos.cuidate quino besos desde castellbisbasl.
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