Colombia, el
país de la alegría
Sonia, una amiga
colombiana a la que conozco desde hace mucho y con la que he coincidido en
Bogotá, me decía que hace unos 7 años nadie viajaba a Colombia. Daba miedo. Hoy
está llena de turistas. Algunas cosas han cambiado. El viajero se siente seguro
y se atreve a explorar un país precioso, increíblemente bello, y en el que
viven unas personas maravillosas que te acogen siempre con una sonrisa y te miman
con su dulce hablar.
Hay que
moverse con cuidado todavía y no salirse de las zonas seguras. El narcotráfico
sigue vivo y moviéndose a sus anchas por amplias zonas del país. Pero los
turistas ni lo ven, ni lo notan. Hay un pacto de no agresión que se respeta y
permite que prolifere el turismo, llegue el desarrollo a muchas zonas antes
olvidadas, y florezca otra economía, la que generan los que visitan el país.
Cali, la sucursal
del cielo
Era mi primera vez en Colombia, un país tan grande y con tantos lugares interesantes a visitar, que no sabía por donde empezar. Y me decidí por Cali. Básicamente porque allí vive Miguel, un amigo que se mudó a este país andino para aprender salsa. Y es que Cali es la capital de la salsa. Allí conoció a Ángela y se convirtió en su esposo. Y ahora nos recibían, a mí y a mis amigas, con los brazos abiertos y un buen puñado de consejos sobre cómo movernos por este país.
Cali es autenticidad.
Un lugar tranquilo y apacible, de clima atemperado, un poco caluroso durante el
día, fresco por la noche. Las guías no recomiendan su visita si uno solo
dispone de dos semanas en Colombia. Pasan por delante Bogotá, Medellín y
Cartagena de Indias. Debe ser por eso que apenas hay turistas.
Pasear por las calles de su centro histórico, llenas de bonitas casas coloniales de vivos colores, maravillarse con los murales que las adornan, intercambiar sonrisas y conocer a los locales, gente simpática y siempre dispuesta a cruzar unas palabras, es todo un placer.
Y cuando el
hambre aprieta, cualquier lugar le obsequia a uno con una deliciosa comida. Si
algo maravilla desde el primer día es la excelente cocina colombiana, la frescura
de sus alimentos, de sus frutas, tan variadas como desconocidas y de su increíble
café, tan suave y delicioso.
Precisamente
para conocer la gran variedad de frutas con las que ha sido bendecido este
país, Gladys, la madre de Ángela y a quien estamos eternamente gradecidos, nos acompañó
a la Alameda, uno de los mercados de Cali. Allí disfrutamos de lo lindo
probando frutas que ni conocíamos. Un lugar impresionante en el que se puede
almorzar y comprar cualquier producto que uno necesite.
Visitamos
el mercado de Cali, el Cristo Rey, que corona una de las lomas que bordea la
ciudad y recuerda al famoso Cristo Redentor de Rio de Janeiro, y un museo de arte precolombino, disfrutamos de
la profusa decoración navideña y hasta atendimos una clase de salsa en la Topa
Tolondra. También tuvimos tiempo para visitar la Casa de las Memorias del
Conflicto y la Reconciliación, un lugar muy recomendable para conocer un poco la
historia reciente de Colombia.
Nos habíamos planteado tomar la Panamericana rumbo al sur, hacia la ciudad colonial de Popayán, pero nuestros amigos nos lo desaconsejaron y optamos por visitar un lugar más cercano.
San
Cipriano
A unas
horas de la ciudad, tras cruzar el Km 18, en donde el 17 de septiembre del 2000
el ELN secuestró cerca de 70 personas, y en dirección a Buenaventura, se
encuentra un lugar verdaderamente curioso, San Cipriano.
Es una pequeña localidad en medio de una Reserva Forestal Protectora de los ríos de San Cipriano y Escalerete. Se accede con las “brujitas”, unas plataformas impulsadas por una motocicleta a través de una vía de tren de unos 7 quilómetros, ya abandonada. Allí se acercan, cada vez más, los turistas que quieren observar aves, caminar por los senderos que se pierden por la selva y bañarse en las cascadas que se encuentran por doquier.
Los locales han empezado a abrir pequeños hotelitos, todavía muy básicos, restaurantes y a ofrecer algunas actividades de ocio, como el descenso en flotador por el río. Un lugar tranquilo y lleno de paz en el que relajarse unos días.
Cartagena de Indias
Posiblemente
uno de los lugares más turísticos de Colombia. Una imponente ciudad colonial
amurallada a orillas del mar Caribe.
Patrimonio de la Humanidad, aunque lo pongan en duda algunas de las edificaciones que se están levantando en su interior, contiene un conjunto arquitectónico colonial espectacular. Un lugar lleno de hoteles de ensueño, bares musicales y restaurantes que dejan boquiabierto, por su decoración y la calidad de su cocina.
Paseamos
por sus calles, cruzamos las murallas para conocer el vecino barrio de
Getzemaní, entramos en la fortaleza del S. XVI, construida durante la época virreinal española y hasta visitamos el edificio de la Inquisición, que alberga
el museo de la ciudad.
Pero encontramos que había demasiada gente y decidimos seguir al norte buscando un lugar más tranquilo en el que descansar unos días junto al mar.
Santa Marta
A unas 4
horas de Cartagena de Indias, y pasando por Barranquilla, la ciudad de Shakira,
llegamos a Santa Marta, una tranquila ciudad a orillas del mar, en donde la
vida parece discurrir muy plácidamente.
Nos hospedamos en un sencillo hotel del centro con vistas a una playa en la que a todas horas había alguien bañándose, mañana, tarde y noche. Y con un paseo marítimo muy frecuentado por los locales, que pasean arriba y abajo.
El casco colonial de Santa Marta se pasea fácilmente, sin las aglomeraciones de Cartagena. Callejuelas flanqueadas por bonitas construcciones coloniales, bonitas iglesias con sus respectivas plazas, muchos hoteles con encanto, cafés, bares musicales y excelentes restaurantes, como Agua de Río, Magdalena o Chucho Blu, que no pudimos evitar probar.
Por supuesto, también nos acercamos a conocer el Parque Nacional Tayrona y algunas de sus playas más encantadoras, como Playa Cristal o las más cercanas Playa de la Concha y Playa Waikiki, en donde pudimos ponernos las gafas y observar coral y pececitos. Un paraíso natural en donde tostarse al sol unos días, mientras se degusta un delicioso pescado con la mirada atenta de un puñado de iguanas.
Medellín
Una hora de
vuelo, con la compañía de “low cost” JetSmart, nos lleva de Santa Marta a
Medellín. Esta ciudad, a 1.500 metros de altura y la segunda más poblada de
Colombia, con 2 millones y medio de habitantes, se encuentra en el centro del
país, al norte del eje cafetero que llega hasta Cali, más al sur.
Un lugar tristemente famoso por el cartel de Medellín, creado por el también famoso Pablo Escobar, que encontró en sus “fabelas” de pobreza los sicarios que convertirían la ciudad en uno de los lugares más violentos del país.
Por suerte
eso quedó atrás, y la Comuna 13, antes un territorio peligroso y protagonista
de acontecimientos muy violentos, hoy se ha convertido en uno de los lugares más
visitados por los turistas. Los mismos jóvenes que allí viven se ganan la vida
trabajando como guías, acompañando a los visitantes y explicándoles, de primera
mano, una historia todavía reciente y que han padecido en sus propias carnes.
Daniel, nuestro guía, nos acompaña hasta la casa en dónde vive, en lo alto de la loma, a la que hoy se puede llegar con las escaleras automáticas instaladas en la comuna. Nos relata su infancia, refugiándose de las balas en los continuos enfrentamientos entre el ejército y las bandas criminales que vivían en el barrio. El asesinato que vio desde la ventana de su habitación, o los muchos cadáveres que aparecían en la cancha en donde hoy juegan a futbol y que los mismos vecinos tenían que enterrar, pues ningún policía se atrevía a llegar hasta allí.
El fin de
la violencia y el narcotráfico ha traído la paz y la prosperidad al barrio. Han
llegado los turistas y esto ha generado la proliferación de pequeños negocios,
tiendas, bares, restaurantes. Nadie quiere volver a esa situación, aunque llama
la atención que, por todas partes, te venden camisetas de Pablo Escobar.
Atracciones
Turísticas
Son muchas
las cosas que se pueden hacer en una ciudad vibrante y culta como Medellín,
pero la mayoría de los turistas optan por dos de ellas. La primera la visita de
la Comuna 13, ya comentada. Esta debe completarse con un paseo en teleférico
por alguna de estas comunas. Hay 6 o 7 en la ciudad perfectamente conectados
con las dos líneas de metro aéreo que tanto facilitan el transporte en la
ciudad. Es espectacular. El teleférico va salvando la montañosa orografía de la
ciudad, subiendo una loma, bajando, volviendo a subir a otra y así
sucesivamente, permitiendo llegar lugares de difícil acceso y bastante alejados
del centro.
La otra
gran atracción de Medellín es la conocida como Plaza Botero, en la que
se encuentran juntas, todas las esculturas en bronce que este reconocido artista
internacional donó a su ciudad natal.
Delante de la plaza se encuentra el Museo de Antioquía, que debe su origen, precisamente, a la colección de pinturas del mismo autor. En el año 2000 el artista Fernando Botero donó al Banco de la República una colección de arte de 208 obras, 123 de su propia autoría y 85 obras internacionales de destacados artistas de las vanguardias del arte moderno.
El museo es absolutamente imprescindible. Aquellos a quienes gusta Botero disfrutarán viendo su obra pictórica, genuina y genial. Y disfrutarán con las obras de otros pintores colombianos, como Eladio Vélez, menos conocidos, pero también brillantes.
La jornada puede completarse con la visita del Palacio de la Cultura, un bellísimo edificio que se encuentra justo delante, y una deliciosa comida en el restaurante “El Social”, en los bajos del museo.
Guatapé
El bonito
pueblo colonial de Guatapé, a unas horas de Medellín, es una buena opción para
un tour de un día. Pero lo que atrae a los turistas hacia esa localidad es El
Peñol, una roca inmensa desde la que se tiene una vista impresionante. Eso sí,
hay que subir 700 escalones para alcanzar la cima.
Nosotros lo
hicimos, y conseguida la gesta, nos acercamos al pueblo. Primero para dar un
paseo en barco por el pantano que lo rodea. Construida la presa, se inundaron
las tierras circundantes creando una infinidad de islas de curiosos perfiles.
Después paseamos por sus calles, y disfrutamos contemplando sus coloridas casas y sus conocidos relieves.
El eje
cafetero
Colombia es
conocido sin duda alguna, por su café. Es el tercer mayor productor del mundo,
después de Brasil y Vietnam. Y la considerable altura de la zona central del
país, por encima de los 1.700 metros, les permite producir la mejor variedad de
café, la Arábiga.
El eje
cafetero se ha convertido pues en un destino turístico de primer orden para
aquellos a quien interesa conocer alguno de los muchos cafetales que ofrecen visitas
guiadas. Una oportunidad para ver de cerca las plantaciones del café y aprender
sobre su proceso de producción.
Son varios los pueblos que, anclados en plena zona cafetera, pueden servir de base para acercarse a un cafetal, y también para explorar otras maravillas naturales que ofrece la zona, como el famoso valle de Cocora.
Nosotros
escogimos el pintoresco y colonial pueblo de Salento. Desde allí visitamos el
cafetal Don Elias y también la bellísima población de Filandia.
Salento y
Filandia
Después del bullicio propio de una gran ciudad como Medellín, se agradece la paz y la cercanía de una pequeña población como Salento. Y más cuando uno se encuentra rodeado de un entorno tan bello y reconfortante.
En un lugar
así las personas parecen, si cabe, aún más simpáticas. Y quedamos fascinados
con la buena disposición de todo el mundo para ayudarnos y aconsejarnos.
La enorme plaza
es el centro neurálgico, rodeada de tiendas, bares y restaurantes, además de
una bellísima iglesia, es en dónde se encuentra la decoración navideña y de
donde salen los willys, unos jeeps de colores que, a modo de taxi, transportan a
todo el mundo de un sitio a otro.
Nosotros los tomamos para visitar la cercana Filandia, otro pueblecito colonial precioso que nos aconsejaron no dejáramos de ver.
Y como no, para visitar el Valle de Cocora, un paraje natural sorprendente en el que destacan las palmeras de cera, la especie nacional que aparece en el escudo de la bandera de Colombia.
El trayecto en bus, desde Salento a Bogotá lleva unas 10 horas. No me hubiera importado trasladarme por tierra para disfrutar del montañoso y sin duda bellísimo paisaje. Pero mis compañeras de viaje no lo veían igual. Podía ser muy duro, así que a última hora decidimos tomar un vuelo. Avianca volaba desde Pereira, una gran ciudad a una hora de Salento. No lo dudamos. Nos trasladamos allí para pasar la noche, y a la mañana siguiente, a las 10, ya estábamos en el aeropuerto.
Nuestro vuelo era a la 1 del mediodía, pero, como había sitio, nos colocaron en el avión de las 11. Así pues, llegamos a Bogotá dos horas antes de lo previsto. Perfecto.
Ya
estábamos en la capital del país, el lugar des del que pocos días después
volaríamos de regreso a España.
La última
sorpresa
Bogotá es
una interesantísima ciudad que depara grandes sorpresas. La primera de ellas su
casco antiguo, bellísimo. Cada edificio y cada rincón esconde una historia fascinante,
que fuimos descubriendo gracias a Andrés, el guía del proyecto Big
Mama Colombia, con el que habíamos quedado previamente.
En el barrio de Candelaria, en el centro, se encuentran los edificios más emblemáticos de la ciudad. La Catedral, el Parlamento, la Corte… Y muy cerca de ellos, la casa en la que vivió Simón Bolívar, o la casa en la que vivió Manolita Sáenz, una mujer brillante, adelantada a su tiempo, de quien Simón Bolívar fue amante y a quien le debe haber salvado su vida, al menos en dos ocasiones.
El centro de Bogotá se encuentra también salpicado de bellísimos murales que adornan muros y casas. Algunos muy famosos por la notoriedad de los artistas que los pintaron, como la mujer indígena de Carlos Trilleras.
Pasamos por delante de la iglesia en que se encuentra enterrado Celestino Mutis, un ilustre español, padre de la botánica. De hecho, Bogotá posee uno de los jardines botánicos más prestigiosos del mundo, que, desafortunadamente, no pudimos visitar en esta ocasión.
Y también vimos
la sede de dos de los periódicos más importantes de Colombia, “El Tiempo”, y “El
Espectador”, en donde trabajó durante años Gabriel García Márquez.
El Museo
del Oro
Otra de las
atracciones de Bogotá es su Museo del Oro, que posee la colección de orfebrería
prehispánica más grande del mundo, con aproximadamente treinta y cuatro mil
piezas de oro y también de tumbaga, una aleación de oro y cobre que fabricaban
los orfebres indígenas de América.
El museo expone piezas de orfebrería y alfarería de culturas indígenas del periodo precolombino de la actual Colombia, pertenecientes a las culturas Quimbaya, Calima, Tayrona, Zenú, Muisca, Tolima y Tumaco entre otras.
Montserrate
Y la última sorpresa fue descubrir que, también en Bogotá, adoran a la Virgen de Montserrat. Aunque el protagonista es el Cristo de Montserrate, y los dos se encuentran en el monte de Montserrate, según dicen, un invento que los locales me explicaron así.
“Justo
delante hay otro monte dedicado a Guadalupe, aunque la imagen que la corona es
la de la Immaculada. Y es que para continuar con la tradición indígena, según
la cual una loma era femenina y la otra masculina, asignada la primera a la
virgen de Guadalupe, a la otra había que asignarle un Cristo y alguien se
confundió y le puso el nombre de la moreneta…” Sea como sea, las dos imágenes
comparten iglesia y son adoradas por los fieles.
Desde el Monte Montserrate se tienen unas vistas espectaculares de la ciudad de Bogotá. Y esa es la razón por la que suben muchos turistas, ya sea en teleférico o funicular. Ese día, no obstante, la niebla y la intensa lluvia, a penas nos dejaron ver casi nada…
Villa de
Leyva
Y si uno
dispone de un par de días extras en Bogotá, vale la pena viajar un poco al
norte. En tres horitas se planta uno en Villa de Leyva, otra ciudad colonial de
extraordinaria belleza que recuerda a muchas localidades de la vieja España.
Casas blancas con techos de teja que forman un conjunto muy armonioso alrededor de una gran plaza empedrada. Otro lugar ideal para relajarse, disfrutar de una muy buena comida, degustar un chocolate con queso o la mejor milhojas de arequipe de Leyva. Y todo ello cómodamente sentado en un acogedor patio interior de alguno de los muchos cafés y restaurantes que hay en la villa.
Si se quieres ver algo más, muy cerca del centro, nosotros fuimos a pie, se encuentra la Casa de Terracota, obra de un artista colombiano. Construida con barro cocido dispone de todo lo necesario para entrar a vivir.
Y un
poquito más allá, pueden visitarse los Pozos Azules. Un conjunto de seis pozas
cuya agua les llega desde el interior de la tierra.
Y esto es todo. Aunque no quisiera acabar sin agradecer a mi amiga Sonia y a toda su familia que nos invitasen a celebrar la noche de fin de año con ellos. Fue la guinda del viaje!!
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