Aurea és una mujer catalana que lleva 20 años repitiendo destino: las
islas griegas. Y es que requiere mucho tiempo visitar las más de 1.000 islas del
país helénico, sobretodo si se desea conocerlas en profundidad.
Cada isla, dice, es un mundo, tiene sus peculiaridades que la hacen
distinta a las demás. Y será verdad. Por eso lleva tantos veranos volviendo a
este precioso rincón del mediterráneo.
Yo no puedo saberlo todavía. Me dejé llevar por mi amiga Nieves, que
en su corto mes de vacaciones quería recorrerse todas las islas griegas. A mi
ya me pareció mucho antes de salir de casa, y por ello intenté convencerla de
quedarnos en las Cíclades, pero ella había leído a Reverte y soñaba con las del
Dodecaneso.
Así pues, con un billete directo a Creta empezó nuestro periplo por las
islas de los antiguos Dioses griegos. Nos acercamos a la preciosa Santorini y
navegamos hacía la legendaria Rodas, para, desde allí, subir hasta Simy, Kos, Nisiros y Patmos. Nos
detuvimos de nuevo en las Cíclades, en la turística Mykonos, antes de llegar a
Atenas, la capital. Y acabamos en Corfú, una de las islas Jónicas.
Sin duda alguna, demasiado para tan poco tiempo. Todas nos enamoraron y
en todas quedaron un montón de cosas por visitar, conversaciones pendientes con
sus amables habitantes, y lindas playas en las que nadar. Pero ahí va un
resumen, por si puede ser de utilidad para alguien que desee emprender esta
aventura que, advierto, puede atraparlo a uno para toda la vida, como a Aurea.
Creta
La primera de las islas visitadas es, para mi, una de las más recomendables. La simpatía de
sus gentes la notamos desde el primer momento, cuando bajando del taxi que nos
traía del aeropuerto entré en una pastelería para probar un pastelito que llamó
mi atención. Sólo quería un par, y el pastelero, sonriente los cogió y me los
regaló. Después nos sorprenderían los restaurantes. Todos sirven unos platos
sabrosísimos y generosos, y siempre, al final, un postre a cuenta de la casa y
un vasito de rakia, un tipo de aguardiente.
Pero además, la mayor de las islas griegas, cuenta con ciudades
bellísimas, como Chania o Retimno. Playas de ensueño, como la de Elafonisi. Y
ruinas únicas, como las del Palacio de Cnosos o Festos, vestigios de la primera gran
civilización europea, la Minoica, que ya 20 siglos antes de Cristo habían
alcanzado un desarrollo inimaginable.
Tumbas romanas
Los Dioses quisieron pintar en la tierra un pedazo de paraíso y crearon
Santorini. Ver la puesta del sol sentado al borde del cràter del que cuelgan
las blancas casitas, antaño viviendas de pescadores y hoy hoteles y
restaurantes de lujo, es una experiencia inolvidable.
Uno siente el largo paso de la historia nada más poner los pies en esta
milenaria isla. Los minoicos, los micénicos y dorios dejaron su huella 2000
años antes de Cristo. En el año 305 construyeron el Coloso de Rodas, una de las
maravillas del mundo antiguo. Griegos y romanos la hicieron suya. En el S. XIV
llegaron los Caballeros Hospitalarios que la dotaron de una de las fortalezas
más inexpugnables jamás construidas y la defendieron a capa y espada. Los
otomanos la hicieron suya finalmente en el S. XVI. La perdieron ante los
italianos de Musolini a principios del S. XX. Campo de batalla entre británicos
y alemanes durante la segunda guerra mundial, volvió a formar parte de Grecia
en el año 1947.
Perderse en el casco viejo de Rodas, declarado Patrimonio de la UNESCO,
es una experiencia mágica que hay que vivir, sobretodo por la noche,
disfrutando de sus entrincadas callejuelas, frescas plazas y deliciosos
restaurantes. El impresionante Museo Arqueológico de la ciudad deja a uno
boquiabierto al descubrir el avanzado sistema social, político y jurídico que
ya existía en esos años remotos.
Los cervatillos marcan el lugar en dónde apoyaba sus pies el Coloso de Rodas
Una vez en la isla hay que encontrar tiempo para visitar la bella Lindos, un laberinto de calles estrechas y casas blancas, coronado por una fortaleza bizantina que conserva en su interior los restos de una Acrópolis helenística del S. IV aC.
Los cervatillos marcan el lugar en dónde apoyaba sus pies el Coloso de Rodas
Una vez en la isla hay que encontrar tiempo para visitar la bella Lindos, un laberinto de calles estrechas y casas blancas, coronado por una fortaleza bizantina que conserva en su interior los restos de una Acrópolis helenística del S. IV aC.
Symi
Uno de los puertos más bonitos del Dodecaneso, según cuentan, atrae a
una sofisticada clientela. Bellísimos y ostentosos veleros amarran en sus
muelles, en busca de la calma y la tranquilidad. El tiempo parece detenerse en
esta isla, e invita a pasear por sus bonitas callejuelas, subir la escalinata
conocida como Kali Strada hasta la vecina población de Horio, desde la que se
tiene unas vistas magníficas y, sobretodo, disfrutar de sus lindísimas playas.
Kos
Preciosas playas, llenas de sombrillas, hamacas y restaurantes de
pescado, calles llenas de tiendas de “souvenirs”, y bares musicales y
discotecas que mantienen a hordas de jóvenes bebiendo y bailando hasta la
madrugada, le recuerdan a uno Lloret…
Sí, es el destino de jóvenes y fiesteros, pero también de aquellos que
aman la historia. Kos posee una infinidad de monumentos fascinantes, como la
fortaleza bizantina que lo recibe a uno en el puerto. Los restos arqueológicos
de la época griega y romana, como el magnífico Odeón, el Templo de Dionisio o
la Casa Romana.
Y como no, el Asklipieion, el yacimiento más importante de la isla. El
lugar en el que Hipócrates enseñaba a sus alumnos de medicina, y que contenía
un santuario religioso, un centro de curación y una escuela de medicina, muy
bien conservados.
El puerto de Mandraki, con sus tranquilas callejuelas, de blancas
paredes, flores y frescas plazas a la sombra de enormes parras enamora a
cualquiera. Des de el monasterio del S. XIV que la corona, se tiene una vista
aérea de esta localidad de 660 habitantes bañada por unas aguas transparentes y
cristalinas.
Pero es su volcán, todavía activo, el que atrae más turista a Nisiros.
Una visita al mayor de sus cráteres, “Stefanos” es obligada. Vapores sulfurosos
salen por pequeños agujeros cubiertos de cristales amarillos de azufre.
Myconos
Continuará...
Patmos
Un
puñado de vecinos espera que los turistas abandonen el ferry para
ofrecerles un alojamiento barato, bonito y acogedor en la tranquila
isla de Patmos. Estos días, después de la infundada alarma
difundida por los medios de comunicación, el turismo escasea, y hay
que esforzarse para obtener unos ingresos que se terminan con la
llegada del invierno.
Patmos
es un remanso de paz. Nos alojamos al lado del mar, en la pequeña
población de Skala. Desde allí tomaremos un bus para subir a la
bellísima Hora, un conglomerado de casas blancas coronado por el
Monasterio de San Juan el Teólogo. Alberga un museo impresionante,
con objetos de gran valor, entre ellos uno de los cuatro manuscritos
originales del antiguo testamento.
Muy
cerca se encuentra el Monasterio del Apocalipsis, construido
alrededor de la cueva en donde San Juan escribió el libro de las
Revelaciones.
Myconos
El
Ferry que nos recoge en Patmos viene de Samos, una isla que
prácticament toca las costas de Turquía. Su destino final es
Atenas, y por eso va lleno a rebosar de inmigrantes sirios, afganos,
palestinos y de otros países cercanos. Huyen de la guerra y esperan
encontrar un futuro mejor en Europa. La mayoría de los turistas nos
bajamos antes, en la turística isla de Myconos. Unos disfrutando de
sus vacaciones y otros huyendo de la desgracia y la desesperación.
Myconos
ha cambiado mucho desde la última vez en que estuve aquí. Pero a
pesar de las hordas de turistas en busca de diversión desenfrenada y
del incremento del tráfico rodado, sigue siendo una de las islas más
glamurosas de las Cíclades. La pequeña Hora está llena de rincones
encantadores que uno encuentra perdiéndose por sus laberínticas
calles. La puesta de sol desde alguna de las terrazas del puerto es
sencillamente una experiencia inolvidable.
Continuará...
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