Fin de Año en Marrakech
Dicen las guías
turísticas que la región central de Marruecos constituye uno de los
destinos más apasionantes y románticos de todo el país. Y en ella
sobresale la ciudad de Marrakech, fundada hace casi mil años.
Yo había estado allí en
2004, diez años antes, y recordaba todavía la manera en como había
llegado a esta bellísima ciudad, atravesando el Atlas. Después de
unos días en el desierto, en Er-Rachidia y Merzouga, emprendí la
ruta hacia Ouarzazate. Pasé la noche en Aït Benhaddou y al día
siguiente continué hacia Marrakech. Es un viaje que corta el
aliento, pasando por carreteras de las que cuelgan barrancos sin fin,
y curvas sinuosas que siguen el perfil de las montañas, y se pierden
en el infinito a medida que descienden hacia los valles.
En esta ocasión llegué
por aire, directamente a la ciudad roja, la capital del Sur,
rodeada de naranjos y palmeras, con su atmósfera peculiar, más
africana, tradicional y bereber que el resto de ciudades del país.
Des del avión se aprecian
las cumbres nevadas del Alto Atlas, que rodean Marrakech y dejan
huella en el recuerdo de todos aquellos que la visitan.También los enormes campos de naranjos
Y ya en tierra, nos
dirijimos a nuestro hotel, que se encontraba justo en el centro,
delante mismo de una de las joyas de la ciudad, la mezquita
Koutoubia. Una leyenda bereber cuenta que cuando se “clavó” en
el corazón de la ciudad, manó tanta sangre que los muros, las casas
y las calles se tornaron de color rojo. Al atardecer, con los últimos
rayos del sol, parece como sí la sangre fluyera de nuevo a medida
que los muros de la ciudad se tornan color carmesí.
Detrás se encuentra la
famosa plaza de Djemaa el-Fna, un microcosmos de Marruecos y uno de
los más fascinantes espectáculos al aire libre. Sus paraditas de
zumos, los hipnotizadores de serpientes, los vendedores ambulantes y
los restaurantes que se instalan cada tarde y se desmontan
bien pasada la noche, hacen que sea uno de los lugares más animados
de la ciudad antigua.
Y alrededor, los zocos de
la Medina, un laberinto de callejuelas estrechas y sinuosas llenas de
tiendas repletas de todo tipo de mercancías. Ropas, babuchas,
lámparas, joyas, ungüentos y aceites de argán. Un lugar
maravilloso en dónde perderse, dejarse llevar sin rumbo, para acabar
en la bonita plaza de las especias, o en los patios de los curtidores
de piel, con sus características piscinas de fuertes y pestilentes
ácidos.
En la ciudad no debe
dejarse de visitar el Museo de Marrakech, un edificio espectacular
que contiene un hamman precioso. Y la Madraza Ali Ben Youssef, la
escuela teológica más grande de todo el Magreb, construida por los
saudíes en el año 1565. Tampoco el Palais El Bahia y las Tumbas
Saudíes, del S. XVI.
Otra visita obligada, ya
en la zona nueva, son los jardines Majorelle, en dónde se encuentra
la que fue residencia de Yves Saint Laurent. Y como no, de vuelta a
la ciudad antigua, vale la pena detenerse a tomar algo en el Hotel
Mamounia, uno de los más lujosos y míticos de la ciudad.
Si se dispone de tiempo es
recomendable hacer alguna excursión para conocer los alrededores de
Marrakech. En esta ocasión, visitamos el bellísimo valle de Ourika,
a una hora de distancia, y a los pies de las últimas estribaciones
del Alto Atlas.
Marrakech es sin duda un
lugar perfecto para pasar el fin de año. Alojarse en uno de los
muchísimos riads escondidos por la Medina añade exotismo y su
cuidada decoración los hace muy románticos. Además la ciudad
cuenta con excelentes cafés y restaurantes en donde deleitarse con
la deliciosa cocina marroquí.
Pastilla: plato tradicional
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