Java
Desde la estación de Ubung, en Dempasar, salen los buses hacia Gilimanuk, el lugar del cual parten los ferrys hacia Java. Nada más llegar a la estación un hombre mayor se apresura a subirnos al bus y cobrarnos el billete, a Alex, un chico alemán con el que viajo unos días y a mí. Me habían avisado que pagara el billete dentro del bus, a la persona que pasase a cobrar. Veo al anciano darle el dinero al cobrador oficial y como este le devuelve un dinero. Nos ha cobrado el doble y se lleva su comisión. Igual que el chofer del bus, evidentemente, que consiente la estafa. Por suerte, esto no ocurre en las ciudades menos turísticas de Java.
En tres horas nos plantamos en el puerto. Un pequeño ferry parte hacia
Java cada dos horas. Tenemos suerte y sale pocos minutos después de llegar
nosotros. En menos de una hora cubre el trayecto que separa las dos islas.
Desembarcamos en Banyuwangi y tomamos un taxi directo al alojamiento que
habíamos escogido, Ijen Treveller Homestay, un lugar en el fin del mundo.
Hay que atravesar toda la población y seguir la carretera hasta donde se acaba.
El punto final coincide con el parking de una de las estaciones de tren de la
localidad. No hay camino más allá.
El chico que cobra el parking es también el dueño del hostal, y del
restaurante que hay justo al lado, y de la oficina turística. Tiene a toda la
familia empleada. Hasta servicio de lavandería, muy rápido y eficiente. Cuando
llegan los clientes deja la taquilla del parking y sale a recibirlos. Es una
persona muy espabilada, y aunque dice que no, habla muy bien el inglés, lo cual
se agradece muchísimo. Con él contrata todo el mundo el tour al volcán Ijen, la
única razón por la que los turistas se deciden a pasar una o dos noches en este
lugar recóndito del este de Java.
Como hay otros clientes, hacemos el tour aquella misma noche, a la una
de la mañana. Compartimos el coche con otros cuatro turistas y así sale más
barato, unos 20 euros por persona, el transporte, la máscara de gas, la
linterna y agua. A las 2 de la madrugada llegamos a los pies del volcán y
empezamos a andar. El ascenso lleva poco más de una hora, pero siempre cuesta
arriba y con bastante pendiente. Algunos turistas alquilan unos carritos que
varios hombres arrastran hasta la cima. Una forma de sacarse un dinero. Si no
encuentran clientes para bajar, regresan cargados de azufre, razón principal
por la que suben con los carritos.
Una vez alcanzada la cima del cráter empieza el descenso, espectacular,
hacia el interior del volcán, de donde no paran de salir gases sulfurosos. De
ahí la máscara. Durante todo el camino no paramos de cruzarnos con hombres
cargados con enormes trozos de azufre. Me cuenta el guía que llevan unos 80
quilos en cada viaje. Trabajan 6 días a la semana y no pueden hacer más que dos
viajes al día. Les pagan 950 rupias por quilo, unos 0,060 euros, unas 160.000
rupias por día, unos 11 euros, eso sí, a dividir entre dos personas, pues
trabajan por parejas.
La razón de llegar tan pronto al volcán es precisamente aquello que lo
ha hecho famoso, su “lava azul”, que sólo puede apreciarse en la oscuridad de
la noche. Llamaradas de un intenso azul salen del interior del cráter. Al lado,
y manteniendo una distancia prudente para no quemarse, unos hombres cortan
grandes trozos de azufre que luego irán subiendo en unos cestos de mimbre. Los
turistas, atónitos, no paran de hacer fotos.
En Banyuwangi se toma el tren hacia Probolinggo, la localidad desde la
cual la mayoría de turistas visita el volcán Bromo. Yo me detuve ahí, y esperé
un día, pero al ver que no se formaba un grupo, decidí acercame en minibus
hasta la localidad de Cemoro Lawang, un pequeño pueblo con vistas al volcán.
Había leído en algunos blogs sobre la dificultad de llegar hasta ahí si no se
quiere pagar un taxi. Y lo comprobé personalmente. El minibus sólo sale cuando
está lleno y tuve que esperar tres horas hasta que eso sucedió. Finalmente nos
pusimos en marcha. Valió la pena la espera.
Tengger Massif, más conocido como Bromo, a secas, es, según Lonely
Planet, uno de los lugares más impresionantes de Indonesia. En su enorme cráter
de 10km se encuentran tres volcanes, Batok (2.440 mt), Cursi ((2.581 mt) y
Bromo. Este último tiene 2.392 metros de altura, y sus inclinadas paredes caen
sobre un vasto y llano mar de arena de lava. Desde Cemoro Lawang se tiene una
vista privilegiada de este singular paraje. Nada más llegar me senté a comer
con otros compañeros de viaje en un restaurante con excelentes vistas a un Bromo
siempre humeante.
Aquella misma noche, a eso de las 4 de la mañana, vino a recogerme el
guía que había contratado por 150.000 rupias, unos 10 euros. Subido en su moto,
me llevó hasta los pies del volcán Penanjakan (2.770 mt), que se encuentra
delante de Bromo y al que muchos turistas suben para ver la salida del sol. Una
caminata de unos 5 km ,
siempre cuesta arriba, lo conduce a uno hasta un mirador desde el que se tiene
una vista espectacular de toda la zona. El volcán Semeru, de 3.676 metros, que
queda detrás, en la lejanía, todavía le da más esplendor.
Tras la salida del sol, mi motorista, un hombre mayor muy divertido, me
recoge en el otro lado de la montaña y me lleva hasta los pies del Bromo. La
conducción algo temeraria por las dunas arenosas del volcán, mientras va
diciendo je je je, me dejan un poco frío, sobretodo después de la caída que
tuve en Flores. Pero llegamos sin problemas y entonces
toca subir hasta la cima. La vista desde el margen del volcán, que expulsa
nubes de gases sin cesar, acompañándolas de un estrepitoso ruido es
inolvidable.
Malang, ciudad sin turistas
Casi nadie se para en Malang. A lo sumo se acercan para volar hacia
otro lugar después de visitar Bromo. Yo había leído sobre un par de lugares
interesantes a ver y quise quedarme un par de días. El hotel familiar que habíamos
escogido Àlex, mi compañero accidental de viaje y yo, estaba cerrado, pero una
vecina, muy amable nos recomendó otro alojamiento, mucho más céntrico y llamó a
una familiar para que nos acompañara en su coche. Fue así como
llegamos al Kavie Hostel, en una zona privilegiada de la ciudad, rodeado de
grandes mansiones y zonas ajardinadas.
Desde allí estábamos a cuatro pasos de los dos lugares que me
interesaba visitar. El primero Kampung Wisata Jodipan, un barrio que no podía
ser más alegre, después del esmero que han puesto todos sus vecinos en no dejar
un rincón sin pintar. Vivos colores y una decoración profusa lo han convertido
en toda una atracción turística, aunque parece que solo lo visitan la gente del
país.
Bastante cerca de allí, se encuentra el Hotel Tugu, otra maravilla que
no hay que perderse. El hotel, propiedad de un aficionado al coleccionismo,
ofrece un tour en el que pueden verse las diferentes salas, profusamente decoradas
en diferentes estilos y con muebles, cuadros y objetos antiguos bellísimos.
También se accede a una de las habitaciones más caras, en la que suele
hospedarse el presidente del país cuando visita la ciudad. El tour cuesta unos
7 euros, pero si uno se queda a comer en el restaurante, se le descuenta del
precio final. Curiosamente, a pesar del nivel del hotel y del restaurante, los
precios de los platos tradicionales son increíblemente económicos.
Alex y yo nos quedamos y nos deleitamos con unos platos deliciosos.
Además coincidimos en el restaurante con una de las hijas del antiguo
presidente Soekarno, hermana de Megawati Soekarnoputri, que también fue
presidenta del país, después de su padre.
Surabaya
Tras la buena experiencia de pararse en un lugar nada turístico,
probamos de nuevo en la ciudad de Surabaya. Un buen lugar en el que detenerse
en el largo camino hacia Yogyakarta. Como en Malang, o en Bali, aquí no camina
nadie. Todo el mundo se desplaza en moto o en coche. Nadie espera encontrarse a
un peatón cruzando la calle y, quizá por ello, no se respetan ni pasos de cebra
ni semáforos en rojo, cuando se ponen de ese color, porque la mayoría no dejan
nunca el ambar. Hay que ser un irresponsable para atreverse a ir caminando de
un lugar a otro. Y más cuando los taxis son tan económicos.
Pero a mí me gusta patearme las ciudades, toparme con cosas
inesperadas, como una manifestación delante de la sede del gobierno, las
pinturas de los muros, o edificios curiosos. Y por eso no pude evitar caminar
un buen rato por lo que se supone es el dentro de la ciudad. Las aceras están
vacías. Uno tiene la impresión de estar solo, hasta que llega a un “mall”,
cualquiera de los muchos centros comerciales que hay en la ciudad. Y ahí sí,
uno descubre que hay vida. Ahí se reúne toda la familia para comer, comprar y
jugar.
Yogyakarta
Jogja para los amigos, es uno de los principales destinos turísticos de Java. Todo el mundo se detiene en esta simpática ciudad, llana y de edificaciones bajas. Los turistas visitan el Palacio del Sultán, el Taman Sari, o Palacio de las Aguas y la famosa calle comercial de Malioboro, además de algún que otro museo. Pero donde pasan más tiempo es en los restaurantes y cafés para turistas en donde uno puede "descansar" un poco de comida local y disfrutar deliciosa comida europea. Así lo hice yo en el “Mediterranea”, degustando un sabrosísimo magret de pato, y en donde coincidí con las hijas de Barak Obama, que esos días visitaban la ciudad con su familia.
Pero, la principal razón por la que todo el mundo llega a Jogja es la
cercanía de dos impresionantes monumentos, Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO. El primero de ellos es Borobudur, al que se equipara con Angkor Wat, en
Cambodia, y Bagan, en Myanmar, como uno de los mejores monumentos budistas del
sudeste asiático. Contemplar la salida del sol desde su interior es una de las
grandes atracciones turísticas, por la que se cobra una entrada de unos 30
euros…
El otro Prambanan, el mayor complejo de templos hindús de Java. El
dedicado a Shiva tiene 47 metros de altura y data del S. IX después de Cristo.
Aquí, el capricho cuesta unos 25 euros, pero vale la pena. Aunque esos días,
con motivo de las fiestas tras el fin del Ramadan, el complejo estaba saturado
de turistas locales y había que hacer cola para entrar en todos los templos.
Precisamente, uno de los mejores recuerdos que me llevaré de Yogya es
el poder vivir en el seno de una familia local, la fiesta del fin del Ramadan,
el “Idul Fitri”. Invitado por un amigo que había conocido en Flores, compartí
la última cena del ayuno musulmán, y seguí con ellos las procesiones que se
hacen durante toda la noche.
Mi último destino, antes de llegar a Yakarta, la capital, fue la vecina
ciudad de Bandung. En los alrededores uno encuentra de todo, baños termales,
cascadas, bonitas terrazas de arroz y hasta un par de volcanes. Pero es otro de
esos lugares en los que no se detiene casi ningún turista, quizá porque ninguna
de esas maravillas naturales puede competir con las que uno encuentra en otras
zonas de Java mucho más conocidas. Yo, no obstante, consideré que esta ciudad
bien merecía una visita, y allí me trasladé en tren.
El gran descubrimiento de Bandung fue que allí la gente si camina. Sin duda contribuye a ello la gran cantidad de espacios verdes, jardines y plazas en donde se reúnen todas las familias para comer, jugar y pasar el día. Y un sistema de transporte público fácil, eficiente y barato. Yo me hospedé en el Chezbon Hostel, justo en el centro, en la concurrida Braga, una calle muy acogedora, llena de restaurantes y a un paso de los principales museos y de la Mezquita de Bandung.
El gran descubrimiento de Bandung fue que allí la gente si camina. Sin duda contribuye a ello la gran cantidad de espacios verdes, jardines y plazas en donde se reúnen todas las familias para comer, jugar y pasar el día. Y un sistema de transporte público fácil, eficiente y barato. Yo me hospedé en el Chezbon Hostel, justo en el centro, en la concurrida Braga, una calle muy acogedora, llena de restaurantes y a un paso de los principales museos y de la Mezquita de Bandung.
También a unos pasos se encuentra el edificio del Ayuntamiento, y
delante un par de parques preciosos llenos de gente. Uno de ellos atravesado
por un pequeño canal en el que se bañaban los niños.
Como en las otras ciudades visitadas, en Bandung también existen grandes centros comerciales en donde uno puede pasarse el día, comprando, comiendo y divirtiéndose. Y también algunas calles llenas de comercios y restaurantes por las que la gente pasea con normalidad. Yo visité el Cihampelas, un mall que combina espacios interiores y exteriores con pasarelas aéreas, incluso por encima de la calle, con tiendas y chiringuitos, que invitan a pasear. Mucho más lujoso y exclusivo, Paskal 23 cuenta con una zona al aire libre para cenar (Paskal Food Market), con una infinidad de restaurantes y música en vivo.
Y a un paso del centro en taxi, se encuentra el que fuera el Primer
Gran Parque Forestal de Indonesia, establecido por el presidente Soeharto en
1985, Taman Hutan Raya. A una altura que varía entre los 770 y los 1.330 metros
de altitud, cruzar los 6 kilómetros de largo del parque supone un agradable
paseo en medio de una exuberante vegetación. Dentro del parque uno se encuentra
además con un elaborado entramado de cuevas que hicieron construir holandeses y
japoneses. Por lo que pude observar, la mayoría entra por el sur y sale por el
norte. Yo preferí volver caminando, deshaciendo todo el camino hecho, i
disfrutando de nuevo de la selva y los monos que, a menudo, se cruzaban en mí
camino.
Yakarta
La capital de Indonesia es una gran urbe de 9 millones y medio de habitantes (casi 19 si se suman todos los del área metropolitana) con un clima caluroso y húmedo que no invita a caminar. Dónde mejor que
en un gran Mall, con aire acondicionado… Pero al atardecer los lugareños no
pueden resistir la tentación de salir a pasear y concentrarse en lugares tan
preciosos como la plaza de Kota, el centro antiguo de Yakarta. Rodeada de
museos y restaurantes es el lugar elegido por las esculturas humanas para
posar. A los indonesios les encanta hacerse fotos, y hacen cola para poderse fotografiar con ellas.
La mayoría de turistas no se quedan en Yakarta más que el tiempo
imprescindible, normalmente la primera noche en que llegan y si no les da
tiempo de tomar otro vuelo para trasladarse a Yogyakarta. Todo el mundo parece
haber leído todos esos blogs en que otros turistas dicen no haberse detenido
allí porque no hay nada que ver. El hecho es que es una idea compartida, que he
oído durante todo el viaje, la de que no vale la pena perder un segundo en esta
ciudad.
Bien, yo sólo he pasado tres días y no se que otras cosas pueden
recomendarse, pero me encantó el barrio chino, con sus estrechas callejuelas y
su animado mercado. Uno encuentra de todo, ranas, vivas y peladas, a punto de
cocinar, pescados rarísimos, frutas y verduras, dulces de todo tipo, adornos y
regalos para colocar en las tumbas, flores… Y al final, unos templos
espectaculares en los que no se dejaba tomar fotos.
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