Camerún
El avión de
Air Marroc que tomamos en Casablanca aterriza en Duala, la capital
económica de Camerún, a las 2.30 de la madrugada. Nos recibe el
“father” Edgar, la única persona a la que han dejado acceder a
la sala de llegadas del aeropuerto. Ha alquilado un vehículo con
chofer, con el que nos llevaran hasta la población de Ndu, a donde
llegaremos a las 9 de la noche, o sea, 17 horas después.
Un largísimo
viaje con tres paradas, para desayunar, para almorzar y para
intentar, sin conseguirlo, que no nos multara la policía por exceso
de velocidad. Íbamos a 80, cuando el límite era 50. Ya es mala
suerte. A partir de ese tramo nos sería imposible llegar a 50, dado
el pésimo estado de la carretera.
El
pueblecito
Ndu es una
población de unos 17.000 habitantes, aunque nadie lo sabe con
certeza por falta de un censo fiable. Se llega por una pista
enfangada y en pésimo estado. Ni una sola calle está asfaltada.
Casas de adobe se encuentran desperdigadas por aquí y por allí,
rodeadas de plantaciones de maíz, judías, repollos y algunas
plantas propias de estas latitudes ecuatoriales. Suben por las
laderas y se pierden en medio del bosque tropical en vías de extinción.
Existe, eso
sí, una gran avenida, en la que se encuentra el ayuntamiento, las
gradas para los festejos importantes, un hotel, la gasolinera y
diferentes comercios, entre ellos, un pequeño ciber con tres
ordenadores. La otra gran calle, que desciende perpendicular, lleva
al mercado y un poco más adelante, a la Parroquia de San Martín de
Porres, en la que nos alojamos la primera noche.
A lo largo
de esta calle se encuentran diversos talleres en donde se reparan
vehículos al aire libre. Abundan los negocios de sastres, costureros
y costureras que hacen ropa a medida. Decenas de jóvenes fabrican
muebles de manera artesanal. Y alrededor del gran mercado al aire
libre, existen una infinidad de pequeños comercios que venden de
todo, pienso para animales, fertilizantes, bebidas, comida, ropa,
utensilios de la casa y miel envasada en botellas de plástico
reutilizadas.
Es ahí,
delante del mercado, en donde se concentran las mototaxis, que llevan
de un extremo a otro de la ciudad. Toda una aventura dado el estado
de las pistas. Y más aún en esta época, la de las lluvias, que
caen cada día sin falta. Un auténtico diluvio universal, que viene
acompañado de constantes cortes de luz, que pueden llegar a durar
varios días.
Cuando cae
la noche, a eso de las 7 de la tarde, la oscuridad total se adueña
de Ndu. No hay ni una sola farola. El estridente ruido de la lluvia y
la tímida luz de una vela, que son una constante en las noches de
este perdido rincón del mundo, invitan a recogerse pronto y
acostarse temprano. Y es que la vida empieza pronto, con los primeros
atisbos de luz, a eso de las 5.30 de la mañana, cuando suenan las
campanas que llaman a la misa diaria de las 6. Si ha llovido la noche anterior, un sinfín de niños asoman por doquier, capturando madrugadores termitas que luego convierten en apetitoso manjar.
Élia,
Carla, Andrea, Clara y yo, el coordinador del proyecto, llegamos a
Camerún como participantes de uno de los campos de solidaridad de
Setem Catalunya. Una iniciativa que permite a muchos jóvenes
acercarse al Sur y conocer de cerca la realidad de América Latina,
Asia y África.
Nos acoge la
parroquia de Ndu y el objetivo es organizar las actividades de verano
para los casi 200 niños que llegan a la escuela cada mañana de 8 a
12 del mediodía. Esta actividad sería imposible sin la colaboración
de los voluntarios. La escuela ya tiene muchos problemas para pagar
el sueldo de los profesores durante el curso escolar.
Las tardes
se dedican a preparar las clases, lavar la ropa, pasear por el pueblo y, sobretodo,
convivir con las familias que nos acogen. Conocer el país que se
visita, las personas que viven en él, sus problemáticas, su forma
de vivir, de pensar… es uno de los objetivos del viaje. Y una buena
forma de acercarse a esa realidad es viviendo en familia,
compartiendo muchos momentos.
África es
siempre sorprendente y Camerún, en particular, una maravilla. A sus
bellos paisajes tropicales se junta la simpatía de sus gentes, que
te hacen sentir enseguida parte de su familia. Los camerunenses son
muy cercanos y uno conecta rápidamente con ellos.
El mes da
también para hacer alguna visita, como las cercanas plantaciones de
té, uno de los productos que, junto con el café i la cola, crece en
la zona y se exporta a todo el país.
Visita
obligada es el Palacio del Fon, el rey de Ndu. En esos días
coincidió que volvía de un viaje por los Estados Unidos, en que,
según nos explicaron, se reunió con Obama. Su regreso fue toda una
fiesta, vitoreado por todos los vecinos, que se pusieron sus mejores
galas. La corte al completo le dio la bienvenida en un acto
multitudinario que parecía sacado de la película el Príncipe de
Zamunda.
A una hora o
dos, según el estado de las carreteras, se encuentra la ciudad de
Kumbo. El lugar al que se trasladan los habitantes de Ndu cuando
necesitan los servicios de un banco, o ser atendidos en alguno de los hospitales de la zona.
Nos alojamos en el Centro de Acogida Pastoral, al lado de la sede del obispado. Visitamos el hospital general católico de Santa Elizabet, la Catedral, como no, y el mercado central, muchísimo más grande que el de Ndu.
Nos alojamos en el Centro de Acogida Pastoral, al lado de la sede del obispado. Visitamos el hospital general católico de Santa Elizabet, la Catedral, como no, y el mercado central, muchísimo más grande que el de Ndu.
Al día
siguiente subimos hasta el Lago Oku, uno de los lugares más
turísticos del país. El agua sube desde el fondo del lago y queda
retenida como en un gran cráter, rodeada de montañas. Se encuentra
en un pequeño parque nacional protegido que ha conseguido salvar una
buena porción de bosque tropical, así como algunas especies
vegetales y animales únicas.
Oku también
tiene un rey, con sus 10 mujeres. Cada una dispone de una pequeña
habitación en la que vive con sus hijos.
Marcharse de
Ndu, después de haber convivido con sus gentes casi un mes, no es
nada fácil. Los miembros del grupo de Setem se sienten parte de las
familias que los han acogido y el cariño y afecto que se ha generado
llena de lágrimas sus ojos el día de la despedida. Todos se reúnen
en la parroquia y traen deliciosos platos de comida para celebrar su
última cena juntos. Todos son conscientes de la gran distancia que
nos separa y de lo difícil que es, sobre todo para ellos, un
reencuentro futuro. Pero ya nada será igual, algo de nosotros se
queda en su corazón, como algo de Camerún queda para siempre en el
corazón de los que lo visitan.
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