Etiopía
La
Tierra Prometida
Etiopía, la antigua Abisinia, es un inmenso país, tan grande como España y Francia juntos. En el viven más de 77 millones de habitantes, lo que lo convierte en el segundo más poblado del África Subsahariana, y el tercero de África, después de Nigeria y Egipto. En este inmenso territorio conviven una infinidad de pueblos de rasgos y costumbres muy diversos, que hablan 82 lenguas y 200 dialectos distintos. En estas tierras creció Lucy, la abuela del hombre moderno, hace ahora 3 millones de años. Por eso se considera la cuna de la humanidad. En el S. IV adoptó el cristianismo, lo que lo convierte en el único país cristiano del África precolonial. También es el único país de África con un alfabeto propio, se rige por el calendario Juliano, que tiene 13 meses y hasta las horas son distintas a las del resto del mundo. Además nunca fue colonizado. Un país fascinante, orgulloso de su pasado y su historia, que conserva con celo sus costumbres y su forma de ver el mundo y la vida. El país en donde se guarda el Arca de la Alianza, que el hijo de la Reina de Saba y el Rey Salomón “robó” de Israel.
Addis
Abeba
En
la madrugada del 18 de julio del 2014, y sin saber muy bien lo que
nos esperaba, aterrizamos, Berta, Nieves y yo, en el aeropuerto
internacional de Bole en Addis Abeba. Allí tomamos un taxi hasta
Cozy Place Guest House, el acogedor alojamiento que me había
recomendado mi amiga Mónica Charco. La tercera capital más alta del
mundo (2.550 metros), después de La Paz y Quito, acoge más de 3
millones de habitantes, y eso se nota desde el primer momento. Las
calles de la ciudad son un hormiguero de gentes que deambulan en
todas direcciones. Los rasgos europeos, aunque de piel oscura, de la
mayoría de sus habitantes es lo primero que llama la atención. Los
Amaras, cristianos ortodoxos y de lengua amariña, suponen la mitad
de la población del país. El Islam es la segunda religión
mayoritaria, y ambas conviven pacíficamente con otros cristianos,
semitas y animistas. Eso sí, el Amaríña es la lengua oficial de
Etiopía.
En
nuestros primeros días en la ciudad aprovechamos para visitar el
Museo Nacional, en dónde se encuentran los restos de Lucy, el
austrolopitecus más antiguo jamás encontrado. También algunas de
sus iglesias más llamativas, como la Iglesia de Mariam, la Catedral
Kidus Georgios, Holly Trinity, en donde se hallan los restos del
emperador Haile Selasie, o el Palacio Real de Menelik II. La
indumentaria de sus monjes, así como el velo blanco con el que se
cubren sus feligreses es algo que nos llama la atención desde el
principio. Y como no, uno de los lugares más espectaculares de la
ciudad, Merkato, el mercado central, dicen que el más grande de
África. Un auténtico laberinto de calles y edificios en donde puede
encontrarse de todo: especias, inciensos, cerámica tradicional o la
harina del falso platanero con la que se elabora un tipo de pan.
Merkato
Esta
joven tan simpática se ofreció para hacernos de guía en el
mercado. Una buenísima idea que nos permitió llegar a rincones
escondidos y de difícil acceso y que mantuvo a un lado al infinito
número de aspirantes a guía que se ofrecen por doquier.
También visitamos el Sheraton, el hotel más lujoso de África, según dicen. Y hasta subimos al monte Entoto (3.000 metros) desde donde se tiene una vista al completo de la capital, si no hay niebla...
También visitamos el Sheraton, el hotel más lujoso de África, según dicen. Y hasta subimos al monte Entoto (3.000 metros) desde donde se tiene una vista al completo de la capital, si no hay niebla...
Tres
días más tarde tomamos nuestro primer bus hacia el norte. Nuestro
destino, la ciudad de Bahar Dar, el lugar en donde nace el Nilo Azul, principal afluente de del famosos río que cruza Egipto.
Salimos a las 6 de la mañana, media hora más tarde de lo previsto,
y por un cúmulo de imprevistos, entre ellos un atropellamiento,
llegamos a nuestro destino a las 10.30 de la noche. 16 horas de viaje
agotador, pero que valió la pena por el paisaje, verde y montañoso,
que no deja de sorprender y por lo que nos esperaba después. Nos
alojamos en Tana Hotel Resort, un remanso de paz al lado mismo del
lago Tana, y en donde se había alojado Javier Reverte, tal como
explica en su novela “Los caminos perdidos de África”.
Nuestra
primera visita, como no podía ser de otra manera, fue a las Cascadas
del Nilo Azul, uno de los dos lugares (el otro es el del Nilo Blanco
en Uganda) en que nace el Nilo. Un minibús nos conduce, durante una
hora, por un camino sin asfaltar, a los dos lados del cual vive una
inmensidad de familias entretenidas en sus quehaceres diarios. Nos
detiene muy cerca del Puente de los Portugueses, lugar en el que
empieza una caminata espectacular, que asciende por una montaña
verde y fresca y lleva hasta varios miradores desde los que se
contempla las impresionantes cascadas de 45 metros de altura. Un
circuito circular, de aproximadamente una hora, y que acaba tras
cruzar el río en una barquita y subir de nuevo al minibús con el
que rehacemos los 32 kilómetros hasta Bahar Dar.
Al
día siguiente nos esperaba una nueva sorpresa, un circuito por
algunas de los monasterios construidos en las islas del lago Tana, el
más grande de Etiopía. La mayoría de estos monasterios datan de
los siglos XVI y XVII, aunque algunos son anteriores. Su aislamiento
los convierte en auténticos paraísos de paz, en los que todavía
viven y rezan monjes ortodoxos. El primero que visitamos, Beta
Maryam, en la Península de Zege, nos dejó maravillados por las
pinturas que decoran su interior y que se encuentran en un muy buen
estado de conservación.
Tras
3 horas comprimidos en un pequeño minibús llegamos a la ciudad de
Gondar, “el Camelot de África”. Lo primero que llama la atención
son los castillos que asoman por encima de las murallas de la que fue
primera capital de Etiopía, fundada por el Emperador Fasiladas en
1636. Además de los Palacios del recinto, que dan una idea de la
riqueza y del esplendor del “periodo Gonderino”, en los
alrededores de la ciudad se hallan también los Baños de Farsi y el
Complejo real de Kweskwan. Todos estos edificios son de visita
obligada y ayudan a entender porqué este reino se convirtió en una
leyenda conocida en el mundo entero.
En
Gondar se erige también la Iglesia de Debre Birhan Selassie, que
contiene, según los expertos, las mejores pinturas de este periodo
en toda Etiopía.
Finalmente,
Gondar es el lugar desde el que salen las expediciones a las famosas
montañas del Parque Natural de Simiens, en donde se encuentran los picos más altos del
país. Las guías sitúan aquí los paisajes más maravillosos de los
montes Abisinios. Acogen una gran variedad de especies endémicas,
plantas, mamíferos y aves. Entre los más espectaculares destaca el
Babuino Gelada.
Dice la leyenda que "Aksum" era la capital de la Reina de Saba (S. X antes de Cristo). Uno de los reinos más grandes del mundo antiguo. Capital de un gran imperio que durante 1000 años controló las rutas comerciales entre África y Asia. Hoy es considerada como la capital religiosa, lugar en que muchos reyes han sido coronados. La gran mayoría de los etíopes creen apasionadamente que el Arca de la Alianza se encuentra aquí y por ello Axum es para los Etíopes lo que la Meca para los habitantes de Arabia Saudí.
La
leyenda cuenta que la Reina de Saba viajó hasta Jerusalén para
visitar al Rey Salomón. De su fructífero encuentro nació el que
más tarde sería el Rey Menelik, que a sus 22 años regresó a
Jerusalén para visitar a su padre. Tras tres años viviendo con él,
decidió volver a Etiopía. Lo acompañaron mil siervos de cada una
de las 12 tribus de Israel, pero además se llevó consigo el Arca de
la Alianza. A su vuelta se convirtió en Rey, tras la abdicación de
su madre, y la dinastía salomónica que fundó dirigió los destinos
de Etiopía hasta 1974, cuando el monarca 237, Haile Selassie, fue
destronado por una revolución.
El
viaje de Gondar a Axum es inolvidable. Cruzar los montes abisinios
es una experiencia que puede cortar el aliento, sobre todo cuando se
pasa al lado de abruptos precipicios de los que no se ve el final,
por carreteras sin asfaltar que todavía están construyéndose. Para
más detalles os dejo aquí una crónica sobre el transporte público en Etiopía.
Patrimonio
de la Humanidad por la UNESCO
Una
vez en la ciudad, son muchos los lugares a visitar. Es una buena idea
empezar por el Museo Nacional, en donde descubrí que el rey Baltasar
era etíope… Destaca después la gran plaza de las estelas, entre
las que se encuentra una de 33 metros de altura. La “piedra de
Ezana”, esculpida en ghez y griego. Algunas tumbas reales
construidas con piedras finamente talladas. O los baños de la Reina
de Saba y las ruinas de los que fueron sus castillos y palacios.
Aunque se dice que la mayor parte de los restos de aquella
esplendorosa ciudad todavía están por excavar, y por tanto existen
aún muchos misterios por resolver sobre el reino "Aksumita".
Leones de Gobedra
Obviamente,
aunque no puede verse, hay que acercarse a la Basílica de Maryan
Tizón, en donde se cuenta está guardada el Arca de la Alianza. Eso
sí, como también pasa en otros templos y monasterios del país, las
mujeres tienen el acceso vetado y sólo pueden entrar los hombres.
Lalibela,
un cuento de hadas
Etiopía
es demasiado grande como para pretender recorrerlo todo en un mes. El
trayecto hacia nuestro próximo destino prometía ser muy largo y
arduo. Por eso decidimos tomar un pequeño avión de la Ethiopian
Airlines para trasladarnos de Axum a Lalibela, un lugar pequeño y
aislado en las Montañas de Lasta, a una altitud de 2.630 metros.
Lalibela
fue la capital de Etiopía en el S. XII, tras el declive del reino
Axumita. Hoy, aún siendo una de las mayores atracciones turísticas
del país, es un lugar muy tranquilo y apacible, en el que sus gentes
realizan sus quehaceres diarios con toda normalidad.
Las
iglesias esculpidas en la roca, impresionantes obras de arte, no son
sólo los monumentos que todos los turistas vienen a visitar, sino
lugares de culto y peregrinaje que registran una continua actividad
religiosa. De golpe, en el laberinto de pasadizos, plazas y túneles
de piedra, y entre monjes y feligreses cubiertos de paños blancos,
uno tiene la impresión de estar en un lugar en el que el tiempo se
detuvo hace muchos muchos años.
La
ciudad fue bautizada con el nombre del Rey Lalibela, el que hizo
construir todas esas iglesias después de un sueño. Según la
leyenda, cuando todavía era un niño, fue cubierto enteramente por
un enjambre de abejas, sin que nada le ocurriera. Eso se interpretó
como una señal de que llegaría a ser rey. De hecho, Lalibela
significa “las abejas reconocen su soberanía”.
En los alrededores de Lalilbella
Monasterio
de Yemrehanna
Cristos (2.700 metros)
Cristos (2.700 metros)
El
Valle de Omo
Regresamos
a Addis Abeba para encontrarnos con dos amigos de Barcelona con los
que pasaremos ocho días recorriendo el sur del país. En un 4x4 con
chofer descenderemos hasta la región de Omo, en donde nos espera un
África radicalmente distinta a la que hemos visto en el norte.
Como
muy bien explica Philip Briggs en la guía Bradt, “nada, en el
altiplano etíope te prepara para Omo…, en donde sólo 50 años
atrás, sus gentes ni sabían de la existencia de un país llamado
Etiopía. El Sur de Omo es literalmente fantástico. Descender del
verde altiplano a la inmensa y seca planicie del sur supone un viaje
no solo en el espacio sino en el tiempo…” Un África, en su mayor
parte, todavía libre de influencias exteriores, con una gran
diversidad cultural, de pueblos distintos que hablan más de 30
lenguas diferentes y que mantiene un sistema de vida tradicional,
basado en la agricultura y el pastoreo.
Los
enfrentamientos entre tribus son todavía una realidad, y la
agresividad de algunos de estos pueblos, como es el caso de los
Mursi, obliga a realizar la visita a sus poblados acompañados de un
guía y a veces hasta de un guarda armado. El turismo empieza a hacer
mella en estas gentes, que ven en el turista un cajero andante del
que extraer un buen dinero, con el que luego, en el mejor de los
casos, comprar ganado, y en el peor, emborracharse en los bares que
han crecido a la sombra del turismo.
El
viaje es intenso y explicar de manera breve todo lo que uno llega a
ver y sentir - los diferentes pueblos, costumbres, paisajes,
anécdotas – es prácticamente imposible. Cada día es una
sorpresa. Una aventura que vale la pena vivir y si es antes de que el
turismo y las influencias exteriores lo cambien para siempre, mejor.
Harar, corazón de la comunidad islámica
Harar
se encuentra a 523 kilómetros de la capital, Addis Abeba. El
trayecto por tierra lleva unas 12 horas, pero permite ver los
dramáticos cambios del paisaje, que desciende desde el altiplano a
la árida sabana, para volver a ascender hasta los 1870 metros en que
se halla esta agradable ciudad. Y también los diferentes pueblos que
habitan esas tierras, con construcciones y vestimentas bien
distintas.
Considerada
por algunos musulmanes como la cuarta ciudad sagrada del mundo
después de la Mecca, Medina y Jerusalén, Harar es una bellísima
ciudad que invita a pasear por sus estrechas calles y coloridas
casas. Color y más color es lo primero que llama la atención del
viajero, que enseguida queda seducido y enamorado por este plácido y
tranquilo lugar.
Además,
si gustan las emociones fuertes, uno puede adentrarse en la oscuridad
del bosque acompañado del amigo de las hienas. Un curioso personaje
que sale a alimentarlas todas las noches para sorpresa de los
turistas. Pronto huelen la carne y se acercan en la oscuridad, dando
vueltas alrededor y emitiendo inquietantes sonidos. Mientras se
disponga de una buena pieza de carne no hay temor de que se lo coman
a uno… Eso dicen!!
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada