Las mil y una noches
Érase una vez un diminutivo país , de menos de 400.000 habitantes, lleno de petróleo y gas que pertenecía a un solo hombre , el Sultán de Brunei , Paduka Seri Baginda Sultan Ají Hassanal Bolkiah Mu'izzaddin Waddaulah Sultan and Yang Di -Pertuan Negara Brunei Darussalam , una de las fortunas más grandes del mundo .
En 1984 Brunei consiguió la plena de independencia de Gran Bretaña. Y para celebrarlo, el sultán se hizo construir un palacio de 350 millones de dólares, y puso a su país el nombre de Brunei Darussalam, que en su lengua significa “morada de paz”.
Su majestad, que quería que su pueblo fuera muy feliz, construyó mezquitas, escuelas y hospitales gratuitos para todos sus vasallos. Y les dijo, “no pagareis tasas, ni impuestos”. Y desde aquel día todos lo adoraron como a un Dios.
Con el tiempo todo el mundo pudo construirse una casa espectacular, y comprarse un coche que en cualquier otro país resultaría prohibitivo para la mayoría. La ciudad se llenó de centros comerciales en donde podían encontrarse las mejores marcas internacionales a precios sorprendentes, y de restaurantes y cafés de lo más “fashion”.
Un día llegó a la ciudad un muchacho de Castellbisbal, atraído por tanto glamour. Había oído maravillas sobre aquel país de ensueño y la generosidad de su rey, que allí llamaban Sultán. Soñaba con alojarse en palacio y disfrutar de las comodidades y los lujos de la realeza. El destino quiso que en el camino tropezase con una familia humilde, pero muy generosa, que le ofrecieron quedarse en su casa.
Los acompañó hasta el lugar en donde vivían y descubrió que allí nadie vestía con los llamativos trajes que había visto en el centro de la ciudad. Regentaban un restaurante en el que trabajaban siete inmigrantes, tres de la India y cuatro de las Filipinas. Y, como a los empleados, lo alojaron en una pequeña habitación sin ventana, y con un colchón en el suelo como único mobiliario. En el baño, que tenía que compartir, no había ducha, sólo un gran cubo lleno de agua.
Y el muchacho cenó con ellos, una comida india deliciosa. Y al día siguiente tomó el bus local hasta la capital, Bandar Seri Begawan, y vio que todos los que allí viajaban eran inmigrantes, a los que se permite trabajar en el país durante dos o cuatro años. Y todos parecían contentos, pues sus patrones son generosos y su sueldo les permite ahorrar un buen dinero que envían a su país.
Pero nadie quiere quedarse allí. El país más islámico del sudeste asiático tiene prohibido el consumo de alcohol, y no hay discotecas, ni bares musicales. En cuanto oscurece las calles se quedan vacías y todo el mundo se recoge en su casa. Es un país muy seguro y muy tranquilo, pero también muy aburrido. Y hasta los lujosos centros comerciales de la ciudad, regentados mayoritariamente por chinos, están prácticamente vacíos.
Y el muchacho encontró alguno que otro turista, y todos le comentaban la extraña sensación que les producía aquel país. Y visitó “The Royal Regalia Building”, un enorme museo dedicado a su sultán, en el que se muestran fotos y videos del día de su coronación, y todos los regalos que ha recibido el monarca. Y encontró una placa del Rey de España, con una dedicación que hacía referencia a su profunda amistad con el sultán. Y pensó, Dios los cría y el dinero los junta.
Y entró en las mezquitas, las más lujosas que había visto jamás, y conoció ciudadanos de Brunei simpatiquísimos.
Y tomó una barca y visitó Kompong Ayer, una ciudad de 30.000 habitantes que viven en el agua. Dicen que la más grande y la más antigua del mundo.
El barquero adoraba al sultán, pues le había regalado la barca para que se ganase la vida transportando ciudadanos y turistas de una a otra orilla. Y vio que allí también vivía gente humilde. Y descubrió que era cierto que las gentes de Brunei son de las más acogedoras del mundo.
Y volvió al restaurante, su nuevo hogar. Por el camino coincidió con un grupo de soldados pakistaníes, que regresaban a su barco, anclado en el puerto de Muara. Habló con uno de ellos, un padre de familia adorable que tenía ganas de ver a sus cinco hijos.
Y cenó, charlando con sus nuevos amigos indios y filipinos. Y notó que se sentía como en casa, rodeado de gente encantadora. Y que no hacía falta vivir en un palacio para ser plenamente feliz. Y recordó a su familia y a sus amigos y se dio cuenta que son lo más importante de este mundo.
Brunei se encuentra en el norte de la isla de Borneo, justo entre los dos estados malayos de Sarawak y Sabah. Tiene fama de ser caro - cosa que sólo es cierta si se compara con el resto del sudesde asiático - y muy aburrido, y por eso la mayoría de turistas lo pasan por alto.
PD. Como regreso a Brunei antes de volar a KL intentaré conseguir una foto de Palacio...
Caram, Quino, quin relat de les mil i una nits... M'has fet caure la llagrimeta quan has dit allò de la família i els amics! Ara de debò: d'aquest viatge n'ha de sortir un llibre! És un plaer llegir-te! Petonets de la Bertona
ResponEliminaCrec que ha estat (si no el millor) un dels millors relats que he llegit des de que vas marxar. És clar que l'escenari era ideal i Brunei ens fa somiar a tots en històries que semblen increïbles però que existeixen en realitat. Tal i com diu l'anterior comentari, Quino d'aquest viatge hauria de sortir un llibre, almenys un llibre de cada pais que has visitat escrit a la teva manera, entenedora i encantadora alhora.
ResponEliminaFantàstic relat Quino, m'ha encantat!! Estic d'acord amb el comentari anterior que has de fer un llibre o més d'un!!
ResponEliminaPetons,
Mercè Hill
man tret de la boca tot el ke es podia dir, kina rao tenen.la teva cosina.p.encara no tas pelat ehh,pensava ke els budas tafeitarian pero lla veig ke no.fins aviat.petons.
ResponEliminajajajja buenisimo Quino, es genial, disfrute mucho leyendote, nos haces a todos viajar contigo.
ResponEliminaTu antiguo compi de viaje ¡¡