Desde el 1 de mayo del 2010 ya se puede obtener el visado de Myanmar en el mismo aeropuerto, a la llegada. No obstante, dos meses después parece que todavía no le han cogido el truco y los trámites son un poco lentos. Todavía hacían cola los últimos pasajeros de mi avión cuando llegó Nieves, mi amiga de Madrid, que había aterrizado una hora después que yo. Tras el encuentro nos añadimos a un puñado de turistas y aprovechamos el traslado gratuito que les ofrecía el hotel que habían reservado en el centro. Empezaba el viaje, y ya desde el primer momento advertimos que estábamos en otro mundo.
En el aeropuerto nadie cambiaba dinero y en los poquísimos bancos de la ciudad tampoco. Los hoteles se ofrecen gustosos, pero el cambio suele ser tan bajo que todos los turistas acaban cambiando en el mercado negro. Lo mejor, parece ser, son las joyerías del mercado de Bogyoke Aung San, en el centro.
Tras una merecida siesta – la noche anterior no me había acostado, empalmé el partido España-Alemania con el vuelo a Yangon – salimos a pasear y recorrer el centro.
Lo primero que nos llamó la atención fue la simpatía de los birmanos. Todo el mundo saluda y en sus caras se dibuja siempre una sonrisa bellísima. La gente nos mira con sorpresa, quizá porque, a pesar de lo que dicen las guías, no se ven demasiados turistas por ninguna parte. Las mujeres llevan la cara "pintada" con Tanaka, un protector solar tradicional elaborado a partir de polvo de madera. Los hombres visten con el “logyi”, una especie de pareo que lucen con mucha dignidad.
Myanmar es otro mundo, y su buena gente te roba el corazón desde el primer día. La junta militar que gobierna el país con mano férrea no ha conseguido desdibujar la sonrisa de sus caras. Quizá por los militares el tiempo se detuvo y uno siente que se encuentra en otra época. Un país mayoritariamente rural, en el que búfalos, bueyes, vacas y caballos no han perdido su protagonismo. Siguen utilizándose para arar los campos de arroz y tirar de los carros. Viven bajo las casas de madera de sus amos. Salen al campo con ellos cada mañana, se bañan juntos en el río, y regresan a casa al atardecer.
País de templos y monjes
El verde paisaje de Myanmar está salpicado de miles des estupas de color oro que le confieren un aire mágico. Miles de templos, habitados por miles de monjes que, con sus hábitos color azafrán, se mueven arriba y abajo, recibiendo la comida que cada mañana les ofrecen los habitantes de la zona, estudiando, limpiando, pintando, orando, jugando y bañándose en el río, como todo el mundo.
En Bago, una ciudad situada a unos 80 kilómetros al norte de Yangón, tuvimos la posibilidad de visitar el Monasterio de Kha Khat Wan Kyaung. En él vivían unos 1.500 monjes antes de la famosa revuelta del azafrán contra la nefasta política del gobierno birmano, que tuvo lugar en el año 2003. La represión militar que siguió a la pacífica manifestación, que unió a todos los monjes des país, obligó a muchos de ellos a huir a la vecina Tailandia, o a ocultarse en el campo. Hoy sólo viven en él unos 500 monjes, que, como es habitual en todos los monasterios, siguen levantándose a las 4 de la mañana, desayunan a las 6 y comen a las 11, las únicas dos comidas que toman al día. Estudian juntos en una gran sala y aprenden sánscrito y la lengua originaria del país, el Pali.
Senderismo en Myanmar
Dicen que una de las rutas más bellas para realizar a pie en Myanmar es la que une la población de Kalaw con el lago Inle. Son tres días, recorriendo una impresionante variedad de paisajes, cruzándose constantemente con los habitantes locales, que en esta época del año, están arando la tierra y plantando el arroz. La primera noche la pasamos en una pequeña aldea, en donde nos acogieron de maravilla y nos prepararon una comida deliciosa. La segunda, en un monasterio. A las 5 de la mañana nos despertaron las voces de unos novicios que cantaban como ángeles. Fue una experiencia mística.
Tras casi 60 kilómetros a pie, subimos a una barca que nos esperaba en un pequeño canal. Pasando bajo delicados puentes de bambú, y sorteando otras barcas ancladas en el mismo canal, desembocamos en el majestuoso Lago Inle. En sus orillas, decenas de casas de madera y bambú albergan una población que vive de la pesca, el cultivo de arroz, tomates y flores y también del turismo, ofreciendo telas y ropas tejidas con hilo de flor de loto, seda y algodón. Como en el resto del país, no faltan pagodas y estupas, algunas con varios siglos de antigüedad.
Aquí van algunas fotos más...
Limpiando los budas
Posando en la gran pagoda
Buda tendido, en Bago
Aprendices de monja y monje
Alumnos saliendo de la escuela
Bonitas fotos de un país maravilloso.
ResponEliminaJAM
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