Una vez comprado mi billete de
regreso a Barcelona, todavía disponía de dos semanas. Después de
descartar otros posibles destinos, por distancia, precio o por
hallarse en plena temporada de lluvias, opté por la aparentemente
pequeña isla de Taiwán. Pensé, no se como pude, que dos semanas
serian suficientes para visitar este desconocido país. No disponía de ninguna guía, no
había leído nada y sólo contaba con los comentarios que me habían
hecho algunos amigos y que me decían que era un lugar precioso y que
15 días eran más que suficientes.
Pues no, con dos semanas no
hay para nada. Solo la capital, Taipei, ya precisa más que eso, si
se quiere visitar todos los lugares de interés, en el centro y los
alrededores. Yo no obstante, no pude resistirme a dividir mi tiempo
en tres lugares que me recomendaron nada más llegar a la isla,
Taipei, por supuesto, Hualien y Tainan.
Precisamente porque no había
tenido tiempo de documentarme adecuadamente, pensé que la mejor
opción era, en esta ocasión, utilizar “Couchsurfing”. Sí, esa
comunidad de personas que comparten gratuitamente su casa con
aquellos que viajan por el mundo. Había acogido a muchos en mi piso
de Barcelona cuando vivía allí, pero soy poco dado a utilizarlo
cuando viajo. Esta vez decidí probar, y acerté. Tal como me habían
dicho, los taiwaneses son una gente excepcional, increíblemente
amable, educada y atenta.
Mike Wu, la persona que me
acogió los dos primeros días, me puso al día de todo lo que valía
la pena visitar. Entre sus consejos y los de Lee Chun, al que conocí
en el “hostel” al que me mudé después, acabé por decidir una
ruta que me llevaría a varios de los lugares mas emblemáticos de la
isla.
Taipei, la capital
El 7 de diciembre de 1949,
después de perder la guerra civil contra los comunistas de Mao Se
Tung, el presidente de China, Chiang Kai-shek, traslada su gobierno
a la ciudad de Taipei, en la isla de Taiwan. Con él, se evacua a
unas dos millones de personas. Con ellos se llevaron muchos de los
tesoros nacionales de las antiguas dinastías imperiales, a más de
las reservas de oro y moneda extranjera.
Curiosamente, el primer lugar
en el que puse mis pies al salir del metro que me traía desde el
aeropuerto, fue el parque en donde se encuentra el “Chiang Kai-shek
Memorial Hall”. Un edificio impresionante dedicado al fundador de
la actual Taiwán, custodiado por uno soldados que realizan cada día
y cada hora el tradicional cambio de la guardia, que es seguido por
decenas de turistas.
La segunda visita fue al
“National Palace Museum”, que contiene una colección exquisita
de piezas reunidas por los diferentes emperadores chinos y que
salieron de la “Ciudad Prohibida” rumbo a Taiwán ante el avance
de las tropas comunistas. Porcelanas, pinturas, telas, antigüedades,
regalos y los archivos de Palacio, un sinfín de documentos y libros
que se venían elaborando y guardando desde 3.000 años atrás.
En el museo también visité
una exposición sobre Confucio, que me sirvió de introducción a la
visita que haría justo después a uno de sus templos más
emblemáticos. En una ciudad plagada de templos, “Confucius Temple”
es uno de los que no debe perderse nadie. Absolutamente bellísimo,
especialmente al atardecer, cuando la luz del día declina y las
luces se encienden iluminándolo, ganando en color y majestuosidad.
Justo al lado se encuentra el
todavía más espectacular “Baoan Temple”, lleno de fieles a esas
horas, que ofrecían sus ofrendas a los dioses y espíritus, mientras
tiraban los “Moon Blokcs”, dos medias lunas de madera que según
quedan al caer al suelo van contestando las preguntas de los fieles.
Animación a todas horas
Todos los taiwaneses que
conocí coinciden en afirmar que lo mejor del país es su comida.
Existen infinidad de restaurantes muy conocidos por sus diferentes
especialidades. Gracias a los amigos que hice en la capital, pude
degustar algunos de los platos más populares, según ellos, en los
mejores restaurantes. Y precisamente una de las atracciones
turísticas del país son sus mercados nocturnos, siempre abarrotados
de gente comiendo, y en donde se encuentra la más amplia variedad de
comidas.
Con el estómago lleno sigo mi
marcha por la ciudad. El “Longshan Temple”, otro precioso templo,
“Bopilico Historic Street”, una antigua calle de la dinastía
Ming conservada tal cual era en aquella época, el Gran Hotel, por
el que han circulado grandes personalidades de todo el mundo, la Casa
Roja, un antiguo teatro que alberga hoy tiendas de artesanía, el
distrito comercial de Ximending, que atrae a la juventud y recuerda
el famoso Rapongi de Tokio, y como no, Taipei 101, el World Trade
Center de Taiwán.
Taiwán me recuerda mucho a
Japón. La modernidad de sus edificios, de su transporte público, la
limpieza, el orden y hasta la educación de su gente. También
contribuye a ello la gran cantidad de edificios que construyeron los
japoneses durante los años en que ejercieron su poder sobre la isla.
De 1895 a 1945, Taiwán fue una colonia del imperio del Japón.
Edificios preciosos que combinan el estilo japonés con los estilos
europeos de la época. La ciudad ha sabido conservarlos e integrarlos
con gracia dentro del paisaje urbano.
Otro de los lugares recomendables en Taipei és la mansión de la Familia Lin. Una residencia fascinante construida entre los años 1853 y 1893 y que ocupa una extensión de 20.000 metros cuadrados. Alcobas, biblioteca, teatro, patios, lagos y jardines conforman un conjunto de bellísimos edificios y acogedores espacios que invitan a pasear y relajarse.
The Lin Family Mansion and
Garden
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