La única manera de acceder a las islas Cook es
con un billete de salida. Así pues, antes de comprar el vuelo Tahiti-Rarotonga,
de Air Tahiti, tuve que pasar por la oficina de Air New Zeland para comprar un
billete a las islas Fiji, el siguiente destino que había elegido en mi ruta por
el Pacífico. Esto me obligó a hacer algo que no me gusta, o sea, tener que
decidir con antelación cuanto tiempo quiero estar en ese lugar. Aunque, uno
siempre tiene la opción de cambiar el vuelo, eso sí, pagando…
Curiosamente, no hay vuelos directos de las
Cook a las Fiji. Hay que volar primero a Nueva Zelanda o Australia, para volver
atrás después. Puesto que el vuelo Rarotonga-Auckland (NZ) dura 4 horas, más
que suficiente para una día, y aprovechando
que podía hacer escala, decidí quedarme unos días. Una semana nada mas, porque
en Nueva Zelanda es invierno y yo no voy preparado para el frío.
Había pensado que sería una semana de relax,
visitando algunos museos y pasando la mayor parte del tiempo en el albergue,
leyendo y escribiendo, al abrigo del terrible frío con el que pensaba
encontrarme.
Pero, afortunadamente, muy a menudo las cosas
no resultan como uno había pensado, sino todo lo contrario. Sabiendo de mi
llegada, algunos de los amigos maoríes que había hecho en Rarotonga, me
pidieron que los visitara en la ciudad en la que vivían. Así pues, tras un día
en Auckland, tomé un bus que me dejó, 4 horas más tarde, en Rotorua, la ciudad
de los volcanes, los géiseres y los baños termales. Len me esperaba en la
estación, con un buen anorak y muchas ganas de enseñarme un montón de lugares preciosos.
Durante dos días visitamos la costa y algunos lugares sagrados para los maoríes, como las playas en donde llegaron las canoas “Wakas” con los antepasados de los actuales maoríes, que repoblaron Nueva Zelanda, centenares de años atrás. También hubo tiempo para reencontrarnos con el resto del grupo, desayunar juntos, pasear, almorzar en casa de Jacqui, y conversar y merendar en casa de Mary Birks. Allí me recogió Arama para llevarme con él a Hamilton.
A dos horas de Auckland, esta bellísima ciudad
está rodeada de lugares preciosos y muy interesantes para visitar. Arama me
llevó hasta “Otorohanga Kiwi House and Native Bird Park”, un centro en el que
puede verse uno de los símbolos de Nueva Zelanda, el kiwi, un animal encantador
que solo se encuentra en este país. Esta ave nocturna, de la misma familia que
los Emu o los Cassowaries de Australia, con el cuerpo cubierto de unas plumas
que parecen pelo, no vuela, y tiene los orificios nasales al final del pico, y
no en la base, como el resto de aves. Es una de las pocas aves con un
desarrollado sentido del olfato. Existen cinco especies de kiwi, y todas ellas
están en peligro de extinción debido a la destrucción de su hábitat y la
introducción de depredadores, como gatos y perros.
Con Arama también visité una de las
atracciones de este país, las cuevas de
Waitomo, palabra maorí que significa “agua que ingresa en un agujero en la
tierra”. En este conjunto de cuevas de piedra caliza, repletas de estalactitas
y estalagmitas, destacan dos: Glowworm Caves, famosas por los miles de gusanos
luminosos que iluminan los techos y se reflejan en los ríos subterráneos que
corren por debajo, y “Ruakuri”. En esta última cueva, para mi la mejor,
anduvimos durante dos horas con un experto guía que nos explicó, entre otras
cosas interesantísimas, fascinantes leyendas maoríes relacionadas con este
lugar sagrado, en el que antiguamente se enterraba a los difuntos. Fue un viaje
a través del tiempo y la cultura maorí que se mantiene más viva que nunca.
Al día siguiente visitamos los extraordinarios
jardines de Hamilton, Paeroa, hogar de la bebida refrescante más famosa de
Nueva Zelanda, el “Lemon & Paeroa”, los entramados senderos de Karangahake,
en el Parque Nacional de Coromandel, y finalmente, Hobbiton, el famoso pueblo
de los Hobbits en que se rodó la trilogía del Señor de los Anillos y “Hobbit,
una historia inesperada”.
Un montón de lugares interesantes, aunque lo mejor de este corto, pero
intenso viaje, ha sido la extraordinaria oportunidad de convivir con familias
maoríes, de compartir su casa, su mesa, su vida y sus historias. Ha sido un
viaje muy distinto al que realizara a este país hace ahora 15 años. Una visita
que me ha permitido conocer otra realidad, cada vez más pujante y presente en
la sociedad neozelandesa, las reivindicaciones del pueblo maorí, de su cultura,
su pasado, su lengua y su tierra. Un pueblo acogedor como pocos, en que la
familia y lo comunitario ocupan un lugar prioritario, y en donde todos se echan
una mano. He pasado a forma parte de la familia maorí, y me han acogido como
uno más. Me han hecho sentir como en casa, y por ello, sin ningún tipo de duda,
este paso por Nueva Zelanda, aunque corto, será inolvidable.
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