Chile 3: De Chiloé a la Patagonia
Tierra de Chilotas
De Valdivia tomé un bus directo a Castro, la
capital de Chiloé. Me habían hablado muy bien de esta isla que esconde un
sinfín de iglesias de madera, algunas de ellas declaradas Patrimonio de la
Humanidad por la UNESCO. Los palacitos, al lado del mar, son uno de sus signos
característicos que sorprenden primero al turista que llega hasta aquí.
Después los paseos en barco para conocer las
cercanas y más pequeñas islas de Curaco de Veléz o Achao por ejemplo y degustar platos típicos como el curanto justifican
plenamente el atractivo turístico de esta región. Además, la isla de Chiloé
cuentra con una pingüinera en el norte, y un para de Parques Naturales
impresionantes, el Parque Nacional Chiloé, en el centro de la isla, al lado de la costa oeste,
y el Parque Tentauco,en el sur. Ambos ofrecen una gran variedad de senderos impresionantes.
Después de que todo el mundo me hablase
maravillas de la zona austral que se encuentra al otro lado de Chiloé, decidí
tomar, desde el sur de la isla, un ferry hasta la localidad de Chaitén. Durante
los meses de verano, enero y febrero, los barcos también salen desde Castro,
pero en marzo se acaba la temporada estival, se reduce el número de viajes y se
limitan al puerto de Quellón. Tras una noche en ferry, en donde conocí a una pareja
de Berga que también están recorriendo Chile, llegué a lo que parecía un pueblo
fantasma, a medio hacer.
Calles sin asfaltar y sin gente, y casas abandonadas y hundidas en la
grava del río que cruzó la localidad después de la explosión del volcán Chaitén
en el 2008. Pero la vida ha vuelto poco a poco a esta localidad y ya hay
algunos hoteles, restaurantes y hasta una pequeña casita de madera en la que
venden billetes de autobús.
Un canadiense establecido en la zona se nos
acercó para ofrecernos una excursión que lleva todo el día y permite acercarse
hasta la falda del volcán, del que todavía sale humo. Yo tuve la suerte de
fotografiar un pudú, un gracioso animal que parece un pequeño ciervo. El guía
quedó estupefacto, pues era el primero que veía desde la erupción del volcán.
Una buena señal de que el bosque se está recuperando. Después nos adentramos en
el Parque Pumalín, en donde se esconden un buen número de alerces milenarios y
unas espectaculares cascadas. La visita la acabamos junto al mar, para ver como
saltaban, no muy lejos de la costa, un sinfín de delfines.
Alerce milenario en Parque Pumalín
De Chaitén parte, ya sin interrupción, la
Carretera Austral. Se trata de una ruta de grava, prácticamente sin asfaltar, salpicada
de bosques siempre verdes, canales, fiordos patagónicos, glaciares, volcanes,
imponentes ríos, parques y reservas nacionales. La misma carretera se usa
también como pista de aterrizaje en el aeródromo de Chaitén. Mientras
realizábamos la excursión tuvimos que detenernos ante una barrera, como las que
se colocan delante de las vías del tren. Una avioneta aterrizó, se levantaron
las barreras y pudimos continuar nuestro camino…
A partir de ahí, nos dirigimos hacia el sur,
adentrándonos en esta fantástica ruta llena de sorpresas, un lugar lejano e
inhóspito. Uno tiene la sensación de que se aleja del mundo y cuanto más al
sur, más a merced queda de los elementos. Un error en el lugar preciso en que
debíamos apearnos del bus nos dejó en medio de la nada. Tras pasar una noche
bajo un puente, al lado de un precioso río, y durmiendo en la tienda de mis
nuevos compañeros de viaje, tuvimos la suerte de ser recogidos por un vehículo
que nos llevó directamente hasta Puyuhuapi.
Esta localidad es el mejor enclave para
visitar el Parque Nacional Queulat y su espectacular Ventisquero Colgante. Después
de una preciosa excursión me despedí de Pep i Laura. Ellos debían volverse al
norte. Yo esperaría el bus que, dos días después, me llevaría hasta Coyhaique,
el único lugar de esta larga ruta en el que uno puede encontrar un cajero
automático que acepte tarjetas internacionales.
Continuaría desde allí hasta el diminuto
Puerto Río Tranquilo. La lluvia no me impidió acercarme en lancha hasta las
impresionantes “Catedrales de Mármol”. Y tampoco visitar la vecina y bella
localidad de Puerto Bertrand, desde donde me trasladé, siguiendo el curso de
río Baker, el más caudaloso de Chile, hasta Cochrane. Allí contactaría, por
primera vez, con miembros de la plataforma “Patagonia sin Represas”. Acepté su
invitación y me sumé al acto de protesta contra los planes del gobierno chileno y la empresa Endesa de construir
varias presas en los ríos Baker y Pascua, otro intento de destruir uno de los
pocos parajes vírgenes del planeta, la Patagonia Chilena.
Catedrales de Mármol
Unos días después me trasladé a Caleta Tortel,
un lugar sorprendente, aislado y bello, al lado del mar, en donde desemboca el río Baker. En esta localidad no hay calles, sino pasarelas de madera de ciprés.
Quilómetros y quilómetros que transcurren al lado del mar y suben y bajan por
la montaña uniendo preciosas casas pintadas de vivos colores.
Compartí viaje con Máximo, un joven italiano
que realiza un estudio sobre la reacción de los habitantes de la Patagonia
contra los embalses proyectados. Allí están todos en pie de guerra contra el
proyecto estatal. No se sienten chilenos, sino patagones, y afirman lucharán
hasta el final.
Tras tres días me decidí a emprender el último
tramo de la Carretera Austral, el que lleva a O’Higgins. Desde Caleta Tortel no
hay trasporte directo. Si no se quiere deshacer las tres horas de viaje hasta
Cochrane, la alternativa es hacer autostop hasta la carretera principal, y allí
esperar el bus, que solo pasa dos días a la semana. Y allí estaba yo, solo, en
la inmensidad de la Patagonia, cuando el bus se detuvo y me recogió, rumbo al
lugar en donde se acaba esta famosa ruta.
Hostal "El Mosco"
Chilenos
O'Higgins