Nairobi-Masai Mara- Lake Nakuru-Lake Naivasha-Hell’s Gate NP-Amboseli-Mombasa-Diani-Tanga-Pangani-Zanzibar-Der Es Salaam-Moshi-Lake Manyara NP -Ngorongoro NP-Taranguire NP-Arusha-Kisumu (Lake Victoria)-Nairobi
Kenia
África tiene algo especial que me hace regresar una y otra vez. No acierto a saber si son esos paisajes inmensos e inabarcables, el color del cielo y la tierra, la sensación de que uno está a merced del destino, o sus gentes, acogedoras y misteriosas a la vez. Y no deja de sorprenderme, pues viajar por África es amenudo agotador, una pesadilla para muchos. Pero, ni el mal estado de las carreteras, ni los deteriorados medios de transporte público, cuando los hay, ni las largas esperas hasta que el taxi, el matatu o el dala-dala está lleno y puede partir, me hacen desistir de poner mis pies de nuevo en ese fantástico continente.
Y aunque África siempre resulta cara, al menos si se compara con Asia, Kenia dispone de una variada oferta que permite que también los mochileros se atrevan con ella. Por ejemplo, Nairobi cuenta con varios hoteles que disponen de habitaciones compartidas, como las de los albergues, en donde puede pasarse la noche, junto a 6 o 7 personas más, por unos 7 u 8 euros. Una doble ya son 20 euros, que tampoco está nada mal.
Nieves, la amiga con la que viajaba, y yo, aterrizamos en Nairobi sin saber que encontraríamos ni a donde iríamos. En el mismo vestíbulo del aeropuerto contactamos con una de las muchísimas agencias que ofrecen los anhelados safaris que han hecho famoso a Kenia. Unas horas después, la visitaríamos en el centro de la ciudad y tras ser informados de las condiciones y precios, no tardamos en contratar un safari de 7 días por los principales parques y reservas naturales de Kenia.
En nuestras estancias en Nairobi nos hospedamos en el Milimani Backpackers&Safari Centre, un hotelito a 20 minutos a pie del centro, con habitaciones compartidas y también individuales y dobles, con un restaurante muy agradable y con una comida muy sabrosa.
Nairobi es una ciudad moderna, que cuenta con un centro activo y bullicioso, de altos edificios, centros comerciales, cafés, bares, restaurantes y hoteles de las principales cadenas internacionales. También dispone de parques, amplios y acogedores, que la embellecen y disipan las primeras impresiones, más bien negativas, de una urbe bulliciosa y de caóticos atascos de tráfico. Pero no deja de ser África, y uno lo percibe enseguida en cuanto se acerca a la “estación” de autobuses con la idea de adquirir un boleto de viaje, o se pierde por alguno de los numerosos mercados locales. La noche, poco iluminada, y de calles solitarias, invitan poco al paseo y los turistas suelen recogerse en sus hoteles o salir a cenar en un taxi de puerta a puerta.
La ciudad también alberga el interesante Museo Nacional de Nairobi. O la famosa Casa Museo de Karen Blixen, la autora de “Memorias de África”, que vivió un tórrido romance con el cazador Denys Finch-Hatton, al que hizo famoso con su libro, y que tuvo, en la versión cinematográfica, el rostro de Robert Redford.
La ciudad también alberga el interesante Museo Nacional de Nairobi. O la famosa Casa Museo de Karen Blixen, la autora de “Memorias de África”, que vivió un tórrido romance con el cazador Denys Finch-Hatton, al que hizo famoso con su libro, y que tuvo, en la versión cinematográfica, el rostro de Robert Redford.
Masai Mara
En Nairobi pueden encontrarse safaris muy
económicos; a mitad de precio de los que ofrecen las agencias de viajes en
nuestro país, pero, no nos engañemos, uno recibe aquello por lo que paga. Nada
de hoteles de lujo, con bonitos bungaloes de madera climatizados, piscina y en
el mismísimo interior del parque.
Dicho esto, no obstante, hay que decir que si
el presupuesto de uno es ajustado, como en nuestro caso, y no se busca ningún
tipo de lujo, lo que ofrecen las agencias “baratillas” de Nairobi puede estar
muy bien. Esa ha sido, al menos, nuestra experiencia.
En Masai Mara nos hospedamos en Flamingo Camp,
un campamento montado por masais, muy cerca de un poblado, en el que pudimos
contemplar el quehacer diario de los miembros de esta legendaria tribu. Sacan
el ganado por las mañanas y lo regresan por las tardes, antes de que anochezca.
Viven en casas de adobe, junto a sus animales. Y, al contrario de lo que nos
habían dicho, todo el mundo allí vestía con las ropas tradicionales. No
tuvieron que "disfrazarse" el día en que accedimos a que nos mostraran algunas
danzas tribales y nos dejaran entrar en sus casas, para ver como vivían.
Viajábamos con un cocinero, Joseph, que nos
deleitó con una sencilla, pero excelente comida durante todos los días de safari.
Y dormíamos en unas tiendas de campaña, con camas y cuarto de baño, en medio de
la sabana, y desde donde podíamos observar unos avestruces, o una familia de
elefantes, alimentándose cerca del campamento. Pronto entendimos porque el
lugar disponía de vigilantes todo el día.
Y, por supuesto, una vez dentro del parque, en
donde entrábamos por la mañana temprano y salíamos al atardecer, los animales
se movían a sus anchas para todos los visitantes por igual. La visión, en vivo
y en directo, en plena libertad, del león, el elefante, el búfalo, el
rinoceronte, el hipopótamo, la jirafa, la cebra, la hiena, o el guepardo, es un
espectáculo inolvidable. Uno se quedaría horas contemplando ese león perezoso y
satisfecho que juega con su compañera, o los grupos de elefantes que deambulean
por la sabana en busca de alimento, o juegan graciosos junto al río.
Nakuru y Naivasha
Un día en el lago Nakuru y otro en el lago
Naivasha saben a poco. Pero uno se lleva un
muy buen sabor de boca gracias a la espectacular naturaleza del lugar, y los
muchos animales que llega a encontrarse por el camino.
La Casa de Huéspedes, en el interior del
Parque Nacional del Lago Nakuru es el alojamiento más económico. Y el YMCA de
Naivasha, de acogedoras cabañas redondas, permite, si hay suerte, observar a
los hipopótamos y búfalos que pasan la noche en las inmediaciones.
A dos quilómetros del albergue se encuentra el
extraordinario “Hell’s Gate Nacional Parc”, la Puerta del Infierno. El único
parque que el visitante puede recorrer a pie, mientras cruzan a su lado
montones de Gazelas Thomson, cebras y los graciosos facoteros, los jabalís
africanos, el famoso Pumba escapado de una película de dibujos animados.
Amboseli NP
El safari concluye en el Parque Nacional de
Amboseli, en la frontera con Tanzania. Las fotos de sus legendarias sabanas
llenas de elefantes, con la espectacular imagen del Kilimanjaro al fondo, lo
han hecho famoso. Las espesas nubes, no obstante, impidieron que pudiéramos
inmortalizar semejante espectáculo en nuestras cámaras. Pero el gran número de
animales que llegamos a ver compensó con creces la visita.
Además, nos hospedamos en el que, sin duda
alguna, fue el mejor campamento de todo el safari, “Morani Camp”, con unas
bellísimas tiendas cubiertas, perdidas en medio de la nada y con vistas al
Kilimanjaro.
La Costa
Llegamos a Mombasa en pleno Ramadan. Los
restaurantes cierran al mediodía y a uno no le queda más remedio que tomar el
almuerzo en el hotel. Por la noche las calles se llenan de multitudes, los
restaurantes rebosan y de las mezquitas no para de entrar y salir gente. Nada
que ver con Nairobi. Uno diría que se encuentra en otro país.
Fort Jesus
Ferry a l'illa de Mombasa
Pasamos un par de días en esta bellísima
ciudad de la costa, visitando el Fuerte Jesús, construido por los portugueses,
y el centro histórico, con sus animados mercados.
Seguimos hacía el sur, para bañarnos en las
aguas de las visitadas playas de Tiwi y Diani. Allí conocimos a un joven
tanzano que se ofreció a llevarnos en su vehículo hasta el país vecino.
Tras pasar un tranquilo día en Tanga, llegamos
a Pangani, el lugar en donde tomaríamos un bote rápido que nos llevaría hasta
la isla de Zanzíbar. Nuestro destino para los próximos 5 días nos esperaba con
paradisíacas playas, lujosos hoteles, una bellísima capital colonial, Stone
Town, tortugas gigantes, traídas en la época colonial desde las Sheychelles, y
una vida local tan inesperada como misteriosa.
Kendwa Rocks
Stone Town
En Stone Town tomamos el ferry que, en dos
horas, nos llevó hasta Der Es Salaam la moderna capital de Tanzania. Bellos
edificios, calles bien acondicionadas, coches nuevos y modernos por todas
partes, una estación de buses ordenada y lejos del centro, y la presencia de
sus habitantes sugieren un buen nivel de vida.
El viaje hacia Moshi, al norte, es
espectacular. El paisaje hipnotiza. Las grandes planicies que se extienden sin
fin hacia el sur, salpicadas de espinosos arbustos, las montañas que marcan la
frontera con Kenia, la tierra roja y exuberante y la densa vegetación del
norte, suponen un mosaico de bellísimos contrastes.
Moshi es el punto de partida de todos aquellos
que suben al Kilimanjaro, un ascenso que suele hacerse en 6 o 7 días,
acompañados de guía, cocinero y porteadores. Y que cuesta un buen dineral.
Nosotros nos conformamos con hacer una bellísima ruta que nos llevó hasta un
mirador desde el que, si no hubiera sido por las nubes, hubiéramos gozado de una
espléndida vista del pico más alto de África (5896m).
Desde Moshi contratamos un safari de 3 días
para poder acercarnos a tres de los parques nacionales que se encuentran en el
norte de Tanzania: Lake Manyara, Ngorongoro y Taranguire. En este último, por
fin, pudimos divisar al esquivo guepardo, tres en concreto, que descansaban
medio ocultos entre las hierbas de la sabana.
Lake Manyara
Ngoronogoro
Lago Victoria
Después de tres días contemplando, de nuevo,
la gran fauna africana, regresamos a Arusha, la ciudad desde la que parten la
mayoría de safaris. También el mejor punto para regresar a Nairobi. Nuestro
objetivo, ahora, era llegar a la capital de Kenia, y desde allí, tomar un bus
hacia el lago Victoria, el más grande de África y el segundo lago de agua dulce
más grande del mundo. Nos hubiera gustado llegar hasta Jinja (Uganda), el lugar
en donde las aguas del lago se desbordan y nace el Nilo, pero el tiempo se nos
agotaba y nos quedamos en Kisumu.
Kisumu es una tranquila ciudad, a orillas del
Lago Victoria, en la reducida porción que corresponde a Kenia. Es un lugar
plácido, en el que la vida parece transcurrir sin prisas. Sus habitantes se
acercan al lago los fines de semana, unos para lavar los coches, motos y
bicicletas, y otros para sentarse a contemplar la puesta del sol. Los
pescadores, que suplen los restaurantes de la zona con carpas y tilapias,
comparten las orillas con hipopótamos que se sumergen y asoman continuamente.
Plantaciones de te
Esto es todo amigos...