diumenge, 31 d’octubre del 2010

Australia 2010 : Tasmania (1)

Australia

Costas de Tasmania

Tres días después de dejar Borneo, y tras una breve estancia en Kuala Lumpur, me encontraba ya en Merlbourne, Australia. Había llegado pasada la medianoche, tras 8 horas de vuelo. Unas horas después tomaría otro avión, esta vez con destino a Hobart.

Allí me esperaban mi amiga Sonia y su esposo, Mathew, un australiano encantador, que había conquistado su corazón y se la había llevado al lugar más perdido del mundo.


TASMANIA

Hobart, vista desde la casa de Sonia y Mathew

Tasmania era una asignatura pendiente desde mi primer viaje a Australia. La única referencia que tenía de esta isla, tan cercana a la Antártica, era el famoso Demonio de Tasmania, y aún así, me fascinaba la idea de visitarla.


Espíritu salvaje, frondosos bosques de eucaliptos, impenetrables junglas de clima frío, montañas y lagos, vastos Parques Nacionales, accidentadas costas, preciosas y solitarias playas y una fauna y flora, extraña, endémica y a menudo en peligro de extinción. Una preciosa isla para explorar.



También dicen las guías que es un lugar asequible para todos los bolsillos. Mis primeras impresiones en Hobart fueron, no obstante, que no es el lugar más apropiado para los mochileros de bajo presupuesto. Después de viajar por Asia, todo me parece carísimo y, a menos que se disponga de un vehículo, desplazarse por la isla es verdaderamente difícil. El transporte público es escaso, y a penas llega a los lugares de más interés. La oficina de turismo ofrece excursiones de un día a los principales destinos turísticos, pero por un precio nunca inferior a los 120 dólares australianos.

Demonio de Tasmannia

En lo que sí estoy de acuerdo es en la afirmación de que Hobart es la ciudad con menos estrés de Australia. En esta capital, de unos 200.000 habitantes, se respira una tranquilidad absoluta. Sin duda alguna, no es el lugar más divertido del mundo. Y aunque no es Brunei – casi le da un infarto a Mathew cuando hice la comparación – aún me pregunto que hacen aquí los jóvenes para divertirse…, además de beber.


La falta de estrés, no obstante, no les impide conducir más rápido de lo que debieran, contraviniendo los consejos del gobierno de reducir la velocidad para salvaguardar la amenazada fauna local. Cada año mueren en las carreteras unos 300.000 animales salvajes, de los cuales, 3.000 son demonios de tasmania.

dijous, 21 d’octubre del 2010

Asia 2010 : Sabah (3)

Últimos días en Borneo

Kota Kinabaru, con el Monte Kinabaru al fondo

Desde Danum Valley regresé a la capital, Kota Kinabaru. Tenía ganas de visitar algunas de las islas que se encuentran delante de la ciudad. Tomé una pequeña lancha a motor y me trasladé a la isla de Manukau, en donde hice un recorrido a pie por la densa jungla que cubre todo el islote.

Después me trasladé a la isla de Sapi, con la intención de bucear un poco y disfrutar viendo el coral y la infinidad de peces que viven en esas aguas tropicales. Quedé maravillado viendo como los peces no huían. Al contrario, me rodeaban por completo y nadaban a mi lado sin el más mínimo temor. Fue maravilloso hasta que descubrí que a algunos de ellos les gustaba morder al personal. Salí del agua con las piernas marcadas por la mordedura de esos desmemoriados.




Al día siguiente salí con dirección a Brunei. En esta ocasión opté por el bus, para poder observar el paisaje y disfrutar de los densos bosques que todavía se conservan, sobretodo en el territorio de Brunei, que, gracias al petróleo, no ha tenido necesidad de plantar palmeras.


Allí he pasado mis últimos días en Borneo, disfrutando de la calma y el relax que se respira en la capital, Bandar Seri Begawan. Unos días perfectos para poner al día el blog y acabar de visitar los lugares que me quedaron pendientes la otra vez, como el palacio del sultán, aunque sólo se puede ver desde fuera, y el interior de la mezquita de Jame's Asr Hassanil Bolkiah.




Mi próximo destino, Kuala Lumpur. Volar desde Brunei siempre sale más barato… 




Y para acabar, unas reflexiones...



La fiebre de las palmeras


Una extraña enfermedad se ha expandido por Malasia. Los síntomas son una obsesión enfermiza por plantar palmeras. Aunque parece que sólo afecta a los locales, los turistas que visitan el país también sufren algunos efectos secundarios.
Sin duda “la fiebre de las palmeras” es la responsable de que Sabah sea uno de los lugares que más me ha decepcionado. Esperaba kilómetros y kilómetros de selva virgen cubriendo una tierra salvaje y poco poblada. Parece que así era hace tan sólo unos 30 años. Pero he llegado tarde. Kilómetros y kilómetros de palmeras han suplantado las selvas, que han sido arrasadas en la mayor parte del país.


Unos pocos empresarios y algunos políticos se han hecho de oro con el aceite de palma. Pero el país, y el mundo entero, han perdido bosques de una riqueza única. Y con ellos se han llevado por delante una infinidad de animales, de seres vivos, a los que la codicia humana ha condenado a muerte, poniendo a muchas especies al borde de la extinción.

He sentido un dolor desgarrador mientras me trasladaba por este estado en autobús. Era como si el alma de todas esas plantas y animales exterminados tratara de hacerse presente en mí para que entendiera el crimen que el hombre ha sido capaz de cometer en esta tierra. Un dolor al que parecen estar insensibles muchos habitantes de Sabah, que sólo ven las ventajas de tan colosal explotación.

“Los mejores parques naturales”

La jungla que se conserva es la que conforma los pocos y “diminutos” parques nacionales de Sabah. Pequeñas islas, rodeadas de palmeras, en donde se preservan los últimos ejemplares de orangutanes, proboscis, langures, macacos, elefantes y rinocerontes, a más de una infinidad de aves, reptiles e insectos.

El gobierno ha dictado leyes para proteger algunos lugares y algunos animales, pero llegan un poco tarde. Y no puedo dejar de dudar de la buena voluntad de este. Aún en las zonas protegidas, en las parcelas que no pertenecen al gobierno, los particulares pueden hacer lo que quieran. O sea, que la destrucción sigue sin que se haga nada para evitarla.

Y aún así, los parques naturales de Sabah, como Kinabatangan, Danum Valley, Isla Tortuga, Sipadan, o la Reserva de Vida Salvaje de Tabin, son de los más conocidos, y los que atraen más turistas. Cuando uno entra en ellos se desplaza a otra dimensión. Imaginar que esa infinidad de especies vegetales y animales eran antes habituales en todo el territorio aún le parte más el corazón a uno.

Las excepciones

Existen todavía dos lugares excepcionales. “Danum Valley”, el mejor antídoto para la decepción que provocan las palmeras – ver Sabah 2 - y “Maliau Basin Conservation Area”, conocido como “El Mundo Perdido”. Este último, con una superficie de 588 km2, se encuentra al sur de Sabah y en la frontera con Indonesia. Está gestionado por la “Sabah Fundation” y es, según dicen, una de las mejores selvas tropicales del mundo, y una de las mayores reservas de biodiversidad. El gobierno le ha dado la mayor protección, aunque permite una “explotación sostenible”. Según mi guía, es imposible visitarlo por cuenta propia, y resulta carísimo y prohibitivo para la mayoría, lo cual, quizá, no está tan mal.


Negocio privado

Los parques naturales del estado de Sarawak, los que visité primero, están gestionados por el gobierno local. Las instalaciones son increíbles, pero asequibles para todo el mundo. Uno puede alojarse por muy poco dinero en el corazón del parque y disfrutar de una infinidad de caminos, muy bien señalizados, que permiten acercarse a diferentes ecosistemas y observar una infinidad de animales.

En Sabah todo funciona de manera diferente. Aquí todos los parques son gestionados por empresas privadas, que hacen un suculento negocio con las áreas conservadas. Los turistas dependen de diferentes tour operadores que gestionan transporte, alojamiento y manutención, en general, a unos precios desorbitados para el país. Y parece que todo ha de reservarse con mucha antelación, pues siempre está lleno.


dimarts, 19 d’octubre del 2010

Asia 2010 : Sabah (2)

A orillas del río Kinabatan



Una de las atracciones más populares de Sabah es el paseo en barca por el río Kinabatan, con la posibilidad de contemplar una infinidad de aves, reptiles y diferentes tipos de monos, que viven en la franja semi-protegida a ambos lados del río.



Yo me hospedé en uno de los veintitantos “resorts” que han crecido en las orillas del Kinabatan, y que ofrecen acogedores bungaloes de madera, rodeados de jungla, deliciosa comida local, paseos en barca por el río a diferentes horas del día y caminatas diarias y nocturnas por la selva para descubrir algunos animalejos.

Dos noches en pensión completa, cuatro paseos en barca,
un “treking” por la selva y dos paseos nocturnos,
sale por unos 100 euros.
  



Danum Valley
Simply the Best!



Un gran cartel avisa que a partir de aquel punto no se permite la entrada a nadie que no tenga permiso. Quedan 47 kilómetros hasta “Danum Valley Field Centre”, el centro para investigadores que se encuentra en el margen del parque. Una densa jungla nos acompaña todo el camino.

La joya de la corona posee un lujoso complejo turístico en otro de los márgenes del parque, el “Borneo Rainforest Lodge”. Pero los precios desalientan a la mayoría de mochileros. El centro para investigadores es una alternativa mucho más económica y asequible. Cuando tienen espacio libre aceptan también a turistas accidentales. Yo tuve que esperar, pero al final conseguí pasar allí cinco días inolvidables.

Nada más cruzar el río uno se adentra en una espesa jungla primaria, virgen, que alberga cientos de especies de plantas y árboles impresionantes. Y en medio de toda aquella exuberante flora, una fauna sorprendente, en la que destacan los orangutanes, los langures rojos, los gibones, los loris lentos, el leopardo, varios tipos de gatos salvajes y los últimos elefantes y rinocerontes de Borneo.



Raquel, una chica inglesa que ha pasado unos meses trabajado como voluntaria para una ONG, y yo, fuimos los únicos dos turistas del día. El resto de personal eran investigadores de un buen número de países diferentes. Nada más llegar al parque nos avisaron que la noche anterior unos elefantes habían deambulado por la zona y habían destrozado algunas instalaciones. Había que andarse con cuidado.

Al día siguiente, Raquel y yo nos adentramos en la jungla para hacer uno de los recorridos que no precisaban de guía local. Desde el primer momento pudimos observar el rastro que habían dejado los elefantes. Árboles rotos, arbustos triturados, los paneles y señales que marcaban la ruta tirados por el suelo y toneladas de excrementos.



Parece que los elefantes habían escogido nuestra misma ruta, o al revés… Una señal rota, que no llegamos a ver, impidió que nos diéramos cuenta de que habíamos dejado el camino seguro para adentrarnos en una ruta prohibida sin guía. Y fue precisamente allí, en donde topamos con una manada de 6 elefantes, uno pequeño entre ellos. Nos quedamos helados, pero permanecimos allí un rato, observando como comían. Cuando pareció que seguían adelante, corrimos tras ellos, pero de golpe se detuvieron, dieron media vuelta y vinieron hacía donde estábamos nosotros. Obviamente salimos corriendo de nuevo, pero en dirección contraria. Quizá no nos hubieran atacado, pero son animales salvajes, impredecibles, y no era cuestión de arriesgarse.


No podíamos creer lo que estábamos viviendo. Fue una maravilla. Regresamos al centro e informamos a los investigadores, que estaban ansiosos por ver los elefantes. Algunos se adentraron en la jungla, pero no tuvieron suerte, seguramente porque nuestras indicaciones eran erróneas…

Curiosamente, dos días después, y en compañía de otros turistas, volvimos a encontrarnos con los elefantes. Después de un rato observándolos y viendo que no les hacía ninguna gracia, decidí volver por mi cuenta al centro. En medio del camino se me cruzó un enorme elefante, y me vi obligado a regresar y advertir al grupo. Tuvimos que buscar una senda alternativa para salir de allí. Empezó a diluviar, y un muchacho australiano se rompió los ligamentos de un pie. Por un momento reviví “Parque Jurásico”. Llegamos empapados y llenos de sanguijuelas, pero ahí quedó todo.


Los cinco días en Danum Valley dieron mucho de sí. Caminando por la selva, avistamos un montón de aves, entre ellas los famosos bucerótidos, aves tropicales que se caracterizan por su enorme pico. También a una familia de lamures rojos saltando por los árboles. Sorprendimos a un ciervo al lado del río, correteamos detrás de un faisán, tropezamos con algunos lagartos enormes, y con los insectos más raros que uno pueda imaginarse.








Pero para mí, el mejor hallazgo, además de los elefantes, fue la noche en que sorprendimos pegado a un árbol a un tarsio, un pequeño mamífero de enormes ojos que parece un auténtico diablillo. Desde que llegué a Borneo me había apuntado a todos los paseos nocturnos, esperando ver, en vivo y en directo, uno de esos graciosísimos animales. Objetivo conseguido.



El Parque Nacional de Danum Valley tiene
 una superficie de 438 Km2




Una escalera pegada a un árbol,
 permite ascender hasta una plataforma a 40 metros de altitud 

El lugar en donde me alojé


guauuuu!