dissabte, 30 de setembre del 2000

El Camino de Santiago 2000

O tormento do peregrino

Del 9 al 17 de setiembre

“Caminante no hay camino, se hace camino al andar…, pero aquí si que había camino y lo íbamos a sufrir…”

Lo que tenía que ser un plácido viaje por Galicia, se transformó, de la noche al día en una tortura. Después de una larga noche en tren llegamos a León. Tenía que ser solo una parada, antes de llegar a Galicia y alquilar el cochecito que nos permitiría recorrer la comunidad. Pero allí mismo, delante de la Casa Botines, mi acompañante tuvo una revelación. Su misión en esta vida era hacer el Camino de Santiago, y por el mártir que lo íbamos a hacer.

Visitamos el Palacio de los Guzmanes, las murallas medievales, la catedral gótica del S. XIII, con 1900 metros cuadrados de vidrieras, el Convento-Monasterio de San Marcos, hoy Parador Nacional y Museo Arqueológico, tocamos el crucero del peregrino, y como ya estábamos cansados, accedió a tomar un tren hasta Ponferrada. Pero allí sí, empezamos a caminar.

Sin preparación, y con unas deportivas que acabábamos de comprar, estaba seguro que pronto desistiríamos de semejante hazaña. Salimos a las cinco de la tarde, la hora en que todos los peregrinos empiezan a caminar…, desde el Castillo de los Templarios de Ponferrada, con dirección a Cacabelos. A las 9 y media de la noche, con las sandalias rotas y los pies destrozados, después de casi 16 kilómetros, entramos en el albergue de esta localidad. Allí nos repondríamos del cansancio y las muchísimas picadas de mosquito.

A las 7 de la mañana nos pusimos de nuevo en ruta, ahora hacia Vilafranca del Bierzo. Por el camino conocimos a Agustín, un malagueño de 71 años que venía andando desde Francia. Me pareció buena idea hacer el camino juntos. Pensé que iríamos tranquilitos, pero pronto descubrí mi error. No paramos hasta el puerto de O Cebreiro, casi 35 kilómetros que nos dejaron exhaustos. El lugar era tan maravilloso que supongo que nubló nuestras mentes y nos animó a seguir a pie. En la segunda jornada con Agustín, batimos el récord, 48 kilómetros. Por supuesto, mucho andar y poco ver, justo lo contrario de los que había pensado para aquellas vacaciones de septiembre.

Pero esa misma noche, en la casa particular en donde nos alojamos en Sarria – el albergue, claro, ya estaba lleno cuando llegamos-, decidimos que nos plantábamos, dejábamos a Agustín y tomábamos un bus hacía Santiago. Nos acostamos, dormimos hasta tarde y ya restablecidos después de un buen desayuno, horror!!, mi acompañante decide que quiere continuar a pie… ¡Ha perdido la cabeza!. En ese momento ya no me queda ninguna duda. Obviamente no podía abandonarlo a su suerte y, a mucho pesar, decidí continuar a pie. Y llegamos a Portamarín, 15 kilómetros más allá. Habíamos pactado no hacer más de una etapa al día, pero de nuevo cambió de opinión y quiso continuar. Ahí nos separamos. Tomé un bus y enseguida estuve en Barbadelo, fin de la siguiente etapa, a unos 15 kilómetros de Portamarín.

Mi acompañante llegó medio muerto. Dejó la mochila en el albergue y nos fuimos de urgencias a que lo viera un doctor. Tenía una pierna hinchada, y el médico le aconsejó que dejase de caminar y reposase un par de días. A la mañana siguiente empecé a creer que realmente aquella era una misión divina a la que había sido llamado mi acompañante. La pierna inflada y el andar cojeante no le iban a impedir llegar a su destino. Era inútil ya pensar que iba a desistir. No nos quedaba más remedio que llegar a Santiago.

Ligonde, Eirexe, Palas de Rei y, por fin Melide, penúltima etapa. 27 kilómetros, después de los cuales tomamos un buen pulpo gallego y descansamos, dispuestos a llegar, al día siguiente a Santiago de Compostela. ¡Y conseguimos la Compostela! Mientras mi acompañante descansaba en el albergue de peregrinos, yo me recorría la ciudad. Al día siguiente tomaríamos un bus de regreso a Barcelona, eso sí, con una parada en Astorga.


Astorga